LA ESTANCIA DE TIRSO DE MOLINA EN EL VISO Y SU OPINIÓN
SOBRE LA REFORMA MERCEDARIA
El gran escritor del Siglo de Oro fray Gabriel Téllez, “Tirso de Molina”, fue el dramaturgo de mayor relieve entre las colosales figuras literarias de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Se trata del autor teatral español más fecundo, después de Lope, pues parece que escribió más de 400 piezas. “No puede rivalizar con las cinco o seis mejores obras de Lope, en cambio le supera en su nivel medio”[1]. Entre sus haberes, también hay que resaltar que fue el creador del prototipo de galán caballeresco, en el cual se inspiró Zorrilla en el siglo XIX para crear la figura de Don JuanTenorio.
Este monje mercedario calzado, en uno de sus numerosos viajes, fue testigo de excepción del apacible transcurrir del convento de Mercedarios Descalzos de la villa de El Viso. No parecen existir pruebas documentales de la época que demuestren la estancia de dicho personaje en nuestra localidad, aunque los testimonios de varios escritores actuales abogan que la misma se produjo. Como botón de muestra, podemos indicar que en el tomo II de la “Enciclopedia de Orientación. Andalucía, Ceuta y Melilla” se cita que uno de los personajes famosos que vinieron e pasaron algún tiempo en El Viso fue fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina). Más luz sobre el asunto nos la da Bernardo de Quirós[2] , quién afirma que “Fray Gabriel Téllez estuvo dos veces en Sevilla, en 1618 y en 1625. Desde la ciudad del Betis viajó a Fuentes, que estaba a once leguas de Sevilla, hacia Oriente. Era sede de los marqueses de Fuentes y de los Condes de Castilleja de Talara. El itinerario que siguió era Sevilla – Gandul – Mairena - El Viso – Carmona – Venta del Albar – Fuentes. Dividió el período a dos etapas, cuatro entre Sevilla y El Viso, pasando por Mairena, y las otras siete desde El Viso a Fuentes, pasando por Carmona. En El Viso probablemente se alojó en el convento que allí tenían los descalzos. Después de oír misa muy temprano, prosiguieron viaje, cubriendo las siete leguas restantes y llegando a Fuentes en las primeras horas de la tarde ”. Por tanto, es muy probable que Tirso de Molina tuviera una fugaz estancia en nuestra localidad y pasara alguna noche en el convento visueño. Es más, según Bernardo de Quirós, fueron dos las estancias de Tirso en nuestro pueblo, la primera en 1618 y la segunda en 1625. En la fecha más temprana llegó al Puerto de Sevilla procedente de Santo Domingo, donde había estado como misionero durante dos años. Precisamente, de su embarque hacia la isla caribeña en 1616 se conserva un documento hallado por Blanca de los Ríos en el que nos describe su aspecto físico: “Fray Gabriel Téllez, predicador y lector de edad de treinta y tres años, frente elevada, barbinegro”[3] . En consecuencia, la primera vez que estuvo en este rincón de Los Alcores contaba con treinta y cinco años de edad (había nacido en 1583). Más tarde, con cuarenta y dos, volvió de nuevo por tierras sevillanas, esta vez tras sufrir “condena a destierro de la Corte y a no escribir en el futuro, bajo pena de excomunión, comedias ni otros versos profanos”[4]. Sin embargo, a pesar de compartir algunas horas con los frailes del Convento del Corpus Christi de nuestra localidad, no pareció muy impresionado por la labor religiosa de los mismos, ya que cuando fue nombrado cronista general de la Orden Mercedaria (Calzada) en 1632 arremetió duramente contra la reforma descalza, tal como veremos a continuación. Fray Gabriel Téllez, en su Hª de la Orden Mercedaria[5] hace un repaso a la labor religiosa de cada uno de los Maestros Generales que tuvo la citada institución religiosa desde su fundación por San Pedro Nolasco en el siglo XIII. En varias páginas, hace referencia al gobierno del trigésimo quinto Maestro General, Fray Alonso Monroy, el cual autorizó la reforma de la Orden. Alaba el origen familiar de este personaje (“Debióle a ésta – a la naturaleza – la sangre ilustre y de las más nobles de España, porque en lo antiguo, hazañoso y respetable, la de Monroy, puesto que originada en Francia, a ninguna otra de la española cede”)[6], así como su labor como Maestro General (... Monroy en el apellido y en los hechos, patria suya Sevilla y uno de los prelados más útiles e insignes que nuestra religión ha obedecido)[7], sin embargo critica su Naturaleza apasionada y “un ánimo inclinado a empresas superiores”[8], ya que no estaba de acuerdo de que permitiera la creación de la rama de los mercedarios descalzos (“aprobación alegre del general maestro”)[9].
Monroy aceptó la Reforma de su Orden y nombró a los primeros seis conventuales del Convento de Corpus Christi de Mercedarios Descalzos de la villa de El Viso, los cuales fueron el padre fray Luis de Jesús María (comendador), fray Francisco de la Madre de Dios (diácono), fray Juan de San José (vicario), el padre fray Andrés de la Concepción, fray Marcos del Espíritu Santo y fray Juan de San Francisco (religioso lego)[10]. “Los tres últimos salieron de Sevilla por mandato del General el viernes veintitres de Enero (de 1604) por la mañana” hacia El Viso[11]. El mismo Monroy también fue otro personaje ilustre que visitó nuestra localidad, tal como queda reflejado en los Anales de los Mercedarios Descalzos: “Sábado (24 de enero de 1604) a prima noche llegó el General, con sus compañeros, y otros muchos religiosos graves, y toda la música del convento de Sevilla, que entonces era de las mejores de España... Sólo el General, y sus compañeros se aposentaron en las casas del Conde, juntamente con los religiosos descalzos. Los restantes, que llegaban por todos a cincuenta, se repartieron por orden del Gobernador, en las casas del lugar, donde estuvieron muy bien acomodados, y se les proveyó muy suficientemente de todo lo necesario en ropa y comida por el corto tiempo que allí estuvieron”[12]. Al día siguiente (domingo 25 de enero) se realizó una misa en la Iglesia Mayor, en la que hubo cantos religiosos por parte de fray Luis de Jesús María, música y villancicos. Acto seguido, “acabada la Misa, se ordenó procesión por todo el lugar, con los religiosos, y los clérigos que había; y en ella llevamos al Santísimo Sacramento a nuestra Iglesia, que entonces era en las casas, y palacio del Conde (que fue donde estuvimos hasta edificar convento) (...). Allí gozaron los ojos de aquel buen Padre, y fundador nuestro (El Padre General digo) de ver la primera Comunidad de Descalzos; y dilató su corazón con ver dilatada el Señor su Familia, y sus siervos. Señaló oficiales de convento, y con toda brevedad se volvió, por no agravarnos con su gente”[13].
En otro orden de cosas, el genial dramaturgo también menciona a la mujer que impulsó la Reforma de la Orden, a quién dedica los siguientes alagos: la “...condesa de Castellar que, abrazada en el celo de Dios, total empleo de todos sus afectos, en la puntualidad del divino culto y en la imitación de los antiguos padres de la iglesia, se ofreció por fundadora de esta familia nueva, dándoles un cuarto en el palacio mismo que tiene en esta corte”[14]. Tirso de Molina, quién posiblemente conocía personalmente a doña Beatriz Ramírez de Mendoza (1556-1626) de sus estancias en Madrid, la llamó en su Crónica “Condesa santa”. Pero ¿cuáles fueron las motivaciones que guiaron a esta señora a impulsar la reforma de la Orden de la Merced y a crear una serie de conventos por la geografía peninsular?. Su principal motivación fue su profunda religiosidad, influida en el clima general de la Contrarreforma Católica. También pesó, sin duda, el ejemplo de su bisabuela Beatriz Galindo (1475-1534), “la Latina”, a la cual no llegó a conocer, pero que dejó una huella indeleble en su personalidad. Su antepasada fue camarista y profesora de latín de Isabel la Católica; además, fue famosa entre sus contemporáneos por su gran erudición. A esta profesora y humanista, viuda también desde fecha temprana, se le han atribuido unos comentarios a Aristóteles y algunos poemas latinos. La citada mujer fundó varios conventos en la villa de Madrid, tal como nos lo atestigua Alvárez y Baena: “El Monasterio de la Concepción de Nuestra Señora de Religiosas de la Orden de San Gerónimo lo fundó la insigne Matrona Doña Beatriz Galindo, Camarera mayor de la Reina Católica, llamada la Latina, en la plazuela de la Cebada, y en el año de 1504”[15]. También impulsó la creación del Convento de Religiosas de la Orden de la Concepción Franciscana en 1512, que fue el primero que labró para las religiosas Gerónimas[16]. Asimismo, muchos años antes fundó, junto a su esposo Francisco Ramírez, el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción en 1499, “dotándole de todo lo necesario para la mejor asistencia de los pobres[17].
Fray Gabriel Téllez critica con dureza la reforma de la orden mercedaria, así como la construcción de los dos primeros edificios conventuales de los mercedarios descalzos. En este sentido afirma: ”Edifícoles con fervorosa prisa, después de esto, la Condesa dos monasterios en los mejores pueblos de su Estado, El Castellar y el Viso, desde donde se fueron dilatando, hasta llegar a las medras que hoy sabemos, con no pocas espirituales de los que tienen por vecinos”[18]. También ataca con sagaz ironía a los primeros frailes que tomaron los nuevos hábitos: ”Muchos religiosos nuestros de Castilla y no pocos andaluces se dedicaron y ofrecieron a esta nueva y espiritual milicia, unos porque anhelaban a la estrechez y perfección deseada, y otros que, llevados de la novedad, se prometían lo que después de los primeros ímpetus se haca tan dificultoso ...”[19]. Posteriormente, añade con respecto a estos frailes mercedarios: “Consiguieron de Paulo quinto lo que les negó Clemente octavo, por solicitud del padre maestro fray Hernando de Santiago (de tal procurador tan provechoso fruto). En efecto, nosotros les dimos leyes, doctrina y fundadores..., tan buenos acá que no se mejoraron divididos de este cuerpo”[20]. Finalmente, deja de referirse a este asunto, no obstante con anterioridad les envía los siguientes dardos envenenados: “ Ni pienso en este libro usurpar asuntos, que los pertenecen, escribiendo las vidas de sus padres. Remítome a su crónica, contento con que los más varones santos que han de autorizarla, heredaron de los nuestros las virtudes, perfecciones y excelencias con que los suyos se honran”[21].
Las críticas tan duras que realiza el famoso escritor como cronista de la Orden de la Merced a la rama de los descalzos puede explicar la omisión que se realiza en los Anales de estos últimos, escritos por fray Pedro de San Cecilio, acerca de la más que posible visita de Tirso de Molina a nuestra localidad y al convento de Corpus Christi.
Parece razonable pensar, por tanto, que el personaje en cuestión visitó El Viso durante el primer tercio del siglo XVII, pero ¿ cómo era esta villa alcoreña por tales fechas?.
Esta pequeña localidad era conocida generalmente en el Siglo de Oro con el nombre de El Viso, pero fray Pedro de San Cecilio aclara que “se llama por otro nombre Alcor, a diferencia de otros lugares del mismo nombre, le llaman el Viso de los Alcores”[22].
Nuestro pueblo, perteneciente desde el punto de vista administrativo al Reino de Sevilla, era una villa pequeña de pocas y polvorientas calles (torcidas y mal trazadas según la opinión de fray Pedro de San Cecilio) con aspecto humilde (sólo escasos edificios rompían la norma general).
El Viso durante el siglo XVII no fue ajeno al clima económico adverso por el que atravesaban las tierras castellanas, agotadas de “sostener” a un inmenso imperio durante más de una centuria. La población visueña debió estancarse durante el primer tercio de siglo, en sintonía con la sevillana.
El V Conde del Catellar, don Gaspar Juan Arias de Saavedra, aumentó sus propiedades territoriales en su pequeño señorío sevillano y acrecentó el poder sobre sus “vasallos”(controla de un modo más efectivo el cabildo municipal).
La paupérrima situación de la mayoría de la población visueña (agotada por multitud de impuestos eclesiásticos, estatales y municipales) se pone de manifiesto con el acuerdo del cabildo de pedir al conde (todavía menor de edad, por lo que en realidad tutelado por su madre) la reducción del tributo de dos gallinas y dos reales (4 de octubre de 1606). Esta petición fue denegada por las autoridades condales, pero al final se llegó a un acuerdo, saliendo ambas partes beneficiadas (el cabildo cedió una dehesa de propios a cambio de reducir el tributo a una gallina). Dicho acuerno fue ratificado, no sin pasar antes por v arias vicisitudes, en noviembre de 1627 por el monarca Felipe IV, el cual años después también tendría una fugaz estancia en nuestro singular pueblo. Los agujereados bolsillos de los visueños a pie se resienten más si cabe cuando tenían que mantener a algún destacamento de tropas, tal como ocurrió en 1612 (fecha de creación de los cursos de Artes y Teología en el Convento de Corpus Christi). Esta mala situación económica hizo que muchos visueños no tuvieran más remedio que emigrar hacia otros lugares.
En definitiva, la villa que divisaron los ojos de Tirso de Molina pasaba por una crisis económica y demográfica. Según las Actas Capitulares de 1644, la población de este rincón de los Alcores se reducía a 107 vecinos ( unos 428 habitantes si aplicamos el índice cuatro). Sus moradores, que vivían de la agricultura, ganadería y el pequeño comercio, tuvieron que acrecentar aún más su ingenio en tan pésimas condiciones económicas para alimentar a sus familias.
En conclusión, El Viso en el primer tercio del siglo XVII, y durante una buena parte del resto de la centuria, era una villa pequeña (su entramado “urbano” quedaba reducido a lo que actualmente denominamos casco histórico), pobre y poco poblada, pero que fue visitada por ilustres personajes.
BIBLIOGRAFÍA
- TÉLLEZ, FRAY GABRIEL (TIRSO DE MOLINA): “Historia General de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes”. Volumen II. (1568-1639).
- CAMPILLO DE LOS SANTOS, J.A :”El Viso del Alcor: su historia”. Excmo Ayuntamiento de El Viso del Alcor, 1995.
- BUESO RAMOS, J.P. Y BELLOSO GARRIDO, J.: ”Historia de El Viso del Alcor”, 1997.
- DE SAN CECILIO, fray Pedro: ” Anales de la Orden de los Descalzos de Nuestra Señora de la Merced”(Parte Primera y Segunda), 1669.
- ALBORG, Juan Luis: ”Historia de la Literatura española”. Tomo II. Ed. Gredos. Madrid, 1970.
- DE RIQUER, Martín Y VALVERDE, José María: ”Historia de lka Literatura Universal”. Volumen V. Ed. Planeta. Barcelona, 1999.
- TORROBA BERNARDO DE QUIRÓS, F: ”El Cid y don Quijote. La España de los caminos históricos y literarios”. Madrid, 1970.
- ÁLVAREZ Y BAENA, J.A: “Compendio histórico de las grandezas de la coronada villa de Madrid, corte de la Monarquía de España”. Madrid, 1786.
[1] RIQUER, M. Y VALVERDE, J.M., Pág. 222.
[2] TORROBA BERNARDO DE QUIRÓS, F., pág. 455.
[3] Cit. ALBORG, J. L., pág. 405.
[4] ALBORG, J.L., pág. 408.
[5] TIRSO DE MOLINA: Hª GENERAL DE LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES. VOLUMEN II (1568-1634). Madrid, 1974.
[6] Ibídem, pág. 263.
[7] Ibídem, pág. 263.
[8] Ibídem, pág. 263.
[9] Ibídem, pág. 277.
[10] Fray Pedro de San Cecilio: Anales, pág. 383.
[11] Ibidem, pág. 383.
[12] Ibidem, pág. 384.
[13] Op. Cit., pág. 384.
[14] Tirso de Molina: pág. 276.
[15] José Antonio Álvarez y Baena: “Compedio histórico de las grandezas de la coronada villa...”, pág. 106-107.
[16] Op. Cit., pág. 107.
[17] Op. Cit., pág. 214.
[18] Tirso de Molina: op. cit, pág. 277.
[19] Íbidem, pág. 276.
[20] Íbidem, pág. 278.
[21] Íbidem, pág. 278.
[22] Fray Pedro de San Cecilio: Anales, pág. 299 (nota al margen).
SOBRE LA REFORMA MERCEDARIA
El gran escritor del Siglo de Oro fray Gabriel Téllez, “Tirso de Molina”, fue el dramaturgo de mayor relieve entre las colosales figuras literarias de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Se trata del autor teatral español más fecundo, después de Lope, pues parece que escribió más de 400 piezas. “No puede rivalizar con las cinco o seis mejores obras de Lope, en cambio le supera en su nivel medio”[1]. Entre sus haberes, también hay que resaltar que fue el creador del prototipo de galán caballeresco, en el cual se inspiró Zorrilla en el siglo XIX para crear la figura de Don JuanTenorio.
Este monje mercedario calzado, en uno de sus numerosos viajes, fue testigo de excepción del apacible transcurrir del convento de Mercedarios Descalzos de la villa de El Viso. No parecen existir pruebas documentales de la época que demuestren la estancia de dicho personaje en nuestra localidad, aunque los testimonios de varios escritores actuales abogan que la misma se produjo. Como botón de muestra, podemos indicar que en el tomo II de la “Enciclopedia de Orientación. Andalucía, Ceuta y Melilla” se cita que uno de los personajes famosos que vinieron e pasaron algún tiempo en El Viso fue fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina). Más luz sobre el asunto nos la da Bernardo de Quirós[2] , quién afirma que “Fray Gabriel Téllez estuvo dos veces en Sevilla, en 1618 y en 1625. Desde la ciudad del Betis viajó a Fuentes, que estaba a once leguas de Sevilla, hacia Oriente. Era sede de los marqueses de Fuentes y de los Condes de Castilleja de Talara. El itinerario que siguió era Sevilla – Gandul – Mairena - El Viso – Carmona – Venta del Albar – Fuentes. Dividió el período a dos etapas, cuatro entre Sevilla y El Viso, pasando por Mairena, y las otras siete desde El Viso a Fuentes, pasando por Carmona. En El Viso probablemente se alojó en el convento que allí tenían los descalzos. Después de oír misa muy temprano, prosiguieron viaje, cubriendo las siete leguas restantes y llegando a Fuentes en las primeras horas de la tarde ”. Por tanto, es muy probable que Tirso de Molina tuviera una fugaz estancia en nuestra localidad y pasara alguna noche en el convento visueño. Es más, según Bernardo de Quirós, fueron dos las estancias de Tirso en nuestro pueblo, la primera en 1618 y la segunda en 1625. En la fecha más temprana llegó al Puerto de Sevilla procedente de Santo Domingo, donde había estado como misionero durante dos años. Precisamente, de su embarque hacia la isla caribeña en 1616 se conserva un documento hallado por Blanca de los Ríos en el que nos describe su aspecto físico: “Fray Gabriel Téllez, predicador y lector de edad de treinta y tres años, frente elevada, barbinegro”[3] . En consecuencia, la primera vez que estuvo en este rincón de Los Alcores contaba con treinta y cinco años de edad (había nacido en 1583). Más tarde, con cuarenta y dos, volvió de nuevo por tierras sevillanas, esta vez tras sufrir “condena a destierro de la Corte y a no escribir en el futuro, bajo pena de excomunión, comedias ni otros versos profanos”[4]. Sin embargo, a pesar de compartir algunas horas con los frailes del Convento del Corpus Christi de nuestra localidad, no pareció muy impresionado por la labor religiosa de los mismos, ya que cuando fue nombrado cronista general de la Orden Mercedaria (Calzada) en 1632 arremetió duramente contra la reforma descalza, tal como veremos a continuación. Fray Gabriel Téllez, en su Hª de la Orden Mercedaria[5] hace un repaso a la labor religiosa de cada uno de los Maestros Generales que tuvo la citada institución religiosa desde su fundación por San Pedro Nolasco en el siglo XIII. En varias páginas, hace referencia al gobierno del trigésimo quinto Maestro General, Fray Alonso Monroy, el cual autorizó la reforma de la Orden. Alaba el origen familiar de este personaje (“Debióle a ésta – a la naturaleza – la sangre ilustre y de las más nobles de España, porque en lo antiguo, hazañoso y respetable, la de Monroy, puesto que originada en Francia, a ninguna otra de la española cede”)[6], así como su labor como Maestro General (... Monroy en el apellido y en los hechos, patria suya Sevilla y uno de los prelados más útiles e insignes que nuestra religión ha obedecido)[7], sin embargo critica su Naturaleza apasionada y “un ánimo inclinado a empresas superiores”[8], ya que no estaba de acuerdo de que permitiera la creación de la rama de los mercedarios descalzos (“aprobación alegre del general maestro”)[9].
Monroy aceptó la Reforma de su Orden y nombró a los primeros seis conventuales del Convento de Corpus Christi de Mercedarios Descalzos de la villa de El Viso, los cuales fueron el padre fray Luis de Jesús María (comendador), fray Francisco de la Madre de Dios (diácono), fray Juan de San José (vicario), el padre fray Andrés de la Concepción, fray Marcos del Espíritu Santo y fray Juan de San Francisco (religioso lego)[10]. “Los tres últimos salieron de Sevilla por mandato del General el viernes veintitres de Enero (de 1604) por la mañana” hacia El Viso[11]. El mismo Monroy también fue otro personaje ilustre que visitó nuestra localidad, tal como queda reflejado en los Anales de los Mercedarios Descalzos: “Sábado (24 de enero de 1604) a prima noche llegó el General, con sus compañeros, y otros muchos religiosos graves, y toda la música del convento de Sevilla, que entonces era de las mejores de España... Sólo el General, y sus compañeros se aposentaron en las casas del Conde, juntamente con los religiosos descalzos. Los restantes, que llegaban por todos a cincuenta, se repartieron por orden del Gobernador, en las casas del lugar, donde estuvieron muy bien acomodados, y se les proveyó muy suficientemente de todo lo necesario en ropa y comida por el corto tiempo que allí estuvieron”[12]. Al día siguiente (domingo 25 de enero) se realizó una misa en la Iglesia Mayor, en la que hubo cantos religiosos por parte de fray Luis de Jesús María, música y villancicos. Acto seguido, “acabada la Misa, se ordenó procesión por todo el lugar, con los religiosos, y los clérigos que había; y en ella llevamos al Santísimo Sacramento a nuestra Iglesia, que entonces era en las casas, y palacio del Conde (que fue donde estuvimos hasta edificar convento) (...). Allí gozaron los ojos de aquel buen Padre, y fundador nuestro (El Padre General digo) de ver la primera Comunidad de Descalzos; y dilató su corazón con ver dilatada el Señor su Familia, y sus siervos. Señaló oficiales de convento, y con toda brevedad se volvió, por no agravarnos con su gente”[13].
En otro orden de cosas, el genial dramaturgo también menciona a la mujer que impulsó la Reforma de la Orden, a quién dedica los siguientes alagos: la “...condesa de Castellar que, abrazada en el celo de Dios, total empleo de todos sus afectos, en la puntualidad del divino culto y en la imitación de los antiguos padres de la iglesia, se ofreció por fundadora de esta familia nueva, dándoles un cuarto en el palacio mismo que tiene en esta corte”[14]. Tirso de Molina, quién posiblemente conocía personalmente a doña Beatriz Ramírez de Mendoza (1556-1626) de sus estancias en Madrid, la llamó en su Crónica “Condesa santa”. Pero ¿cuáles fueron las motivaciones que guiaron a esta señora a impulsar la reforma de la Orden de la Merced y a crear una serie de conventos por la geografía peninsular?. Su principal motivación fue su profunda religiosidad, influida en el clima general de la Contrarreforma Católica. También pesó, sin duda, el ejemplo de su bisabuela Beatriz Galindo (1475-1534), “la Latina”, a la cual no llegó a conocer, pero que dejó una huella indeleble en su personalidad. Su antepasada fue camarista y profesora de latín de Isabel la Católica; además, fue famosa entre sus contemporáneos por su gran erudición. A esta profesora y humanista, viuda también desde fecha temprana, se le han atribuido unos comentarios a Aristóteles y algunos poemas latinos. La citada mujer fundó varios conventos en la villa de Madrid, tal como nos lo atestigua Alvárez y Baena: “El Monasterio de la Concepción de Nuestra Señora de Religiosas de la Orden de San Gerónimo lo fundó la insigne Matrona Doña Beatriz Galindo, Camarera mayor de la Reina Católica, llamada la Latina, en la plazuela de la Cebada, y en el año de 1504”[15]. También impulsó la creación del Convento de Religiosas de la Orden de la Concepción Franciscana en 1512, que fue el primero que labró para las religiosas Gerónimas[16]. Asimismo, muchos años antes fundó, junto a su esposo Francisco Ramírez, el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción en 1499, “dotándole de todo lo necesario para la mejor asistencia de los pobres[17].
Fray Gabriel Téllez critica con dureza la reforma de la orden mercedaria, así como la construcción de los dos primeros edificios conventuales de los mercedarios descalzos. En este sentido afirma: ”Edifícoles con fervorosa prisa, después de esto, la Condesa dos monasterios en los mejores pueblos de su Estado, El Castellar y el Viso, desde donde se fueron dilatando, hasta llegar a las medras que hoy sabemos, con no pocas espirituales de los que tienen por vecinos”[18]. También ataca con sagaz ironía a los primeros frailes que tomaron los nuevos hábitos: ”Muchos religiosos nuestros de Castilla y no pocos andaluces se dedicaron y ofrecieron a esta nueva y espiritual milicia, unos porque anhelaban a la estrechez y perfección deseada, y otros que, llevados de la novedad, se prometían lo que después de los primeros ímpetus se haca tan dificultoso ...”[19]. Posteriormente, añade con respecto a estos frailes mercedarios: “Consiguieron de Paulo quinto lo que les negó Clemente octavo, por solicitud del padre maestro fray Hernando de Santiago (de tal procurador tan provechoso fruto). En efecto, nosotros les dimos leyes, doctrina y fundadores..., tan buenos acá que no se mejoraron divididos de este cuerpo”[20]. Finalmente, deja de referirse a este asunto, no obstante con anterioridad les envía los siguientes dardos envenenados: “ Ni pienso en este libro usurpar asuntos, que los pertenecen, escribiendo las vidas de sus padres. Remítome a su crónica, contento con que los más varones santos que han de autorizarla, heredaron de los nuestros las virtudes, perfecciones y excelencias con que los suyos se honran”[21].
Las críticas tan duras que realiza el famoso escritor como cronista de la Orden de la Merced a la rama de los descalzos puede explicar la omisión que se realiza en los Anales de estos últimos, escritos por fray Pedro de San Cecilio, acerca de la más que posible visita de Tirso de Molina a nuestra localidad y al convento de Corpus Christi.
Parece razonable pensar, por tanto, que el personaje en cuestión visitó El Viso durante el primer tercio del siglo XVII, pero ¿ cómo era esta villa alcoreña por tales fechas?.
Esta pequeña localidad era conocida generalmente en el Siglo de Oro con el nombre de El Viso, pero fray Pedro de San Cecilio aclara que “se llama por otro nombre Alcor, a diferencia de otros lugares del mismo nombre, le llaman el Viso de los Alcores”[22].
Nuestro pueblo, perteneciente desde el punto de vista administrativo al Reino de Sevilla, era una villa pequeña de pocas y polvorientas calles (torcidas y mal trazadas según la opinión de fray Pedro de San Cecilio) con aspecto humilde (sólo escasos edificios rompían la norma general).
El Viso durante el siglo XVII no fue ajeno al clima económico adverso por el que atravesaban las tierras castellanas, agotadas de “sostener” a un inmenso imperio durante más de una centuria. La población visueña debió estancarse durante el primer tercio de siglo, en sintonía con la sevillana.
El V Conde del Catellar, don Gaspar Juan Arias de Saavedra, aumentó sus propiedades territoriales en su pequeño señorío sevillano y acrecentó el poder sobre sus “vasallos”(controla de un modo más efectivo el cabildo municipal).
La paupérrima situación de la mayoría de la población visueña (agotada por multitud de impuestos eclesiásticos, estatales y municipales) se pone de manifiesto con el acuerdo del cabildo de pedir al conde (todavía menor de edad, por lo que en realidad tutelado por su madre) la reducción del tributo de dos gallinas y dos reales (4 de octubre de 1606). Esta petición fue denegada por las autoridades condales, pero al final se llegó a un acuerdo, saliendo ambas partes beneficiadas (el cabildo cedió una dehesa de propios a cambio de reducir el tributo a una gallina). Dicho acuerno fue ratificado, no sin pasar antes por v arias vicisitudes, en noviembre de 1627 por el monarca Felipe IV, el cual años después también tendría una fugaz estancia en nuestro singular pueblo. Los agujereados bolsillos de los visueños a pie se resienten más si cabe cuando tenían que mantener a algún destacamento de tropas, tal como ocurrió en 1612 (fecha de creación de los cursos de Artes y Teología en el Convento de Corpus Christi). Esta mala situación económica hizo que muchos visueños no tuvieran más remedio que emigrar hacia otros lugares.
En definitiva, la villa que divisaron los ojos de Tirso de Molina pasaba por una crisis económica y demográfica. Según las Actas Capitulares de 1644, la población de este rincón de los Alcores se reducía a 107 vecinos ( unos 428 habitantes si aplicamos el índice cuatro). Sus moradores, que vivían de la agricultura, ganadería y el pequeño comercio, tuvieron que acrecentar aún más su ingenio en tan pésimas condiciones económicas para alimentar a sus familias.
En conclusión, El Viso en el primer tercio del siglo XVII, y durante una buena parte del resto de la centuria, era una villa pequeña (su entramado “urbano” quedaba reducido a lo que actualmente denominamos casco histórico), pobre y poco poblada, pero que fue visitada por ilustres personajes.
BIBLIOGRAFÍA
- TÉLLEZ, FRAY GABRIEL (TIRSO DE MOLINA): “Historia General de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes”. Volumen II. (1568-1639).
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- ALBORG, Juan Luis: ”Historia de la Literatura española”. Tomo II. Ed. Gredos. Madrid, 1970.
- DE RIQUER, Martín Y VALVERDE, José María: ”Historia de lka Literatura Universal”. Volumen V. Ed. Planeta. Barcelona, 1999.
- TORROBA BERNARDO DE QUIRÓS, F: ”El Cid y don Quijote. La España de los caminos históricos y literarios”. Madrid, 1970.
- ÁLVAREZ Y BAENA, J.A: “Compendio histórico de las grandezas de la coronada villa de Madrid, corte de la Monarquía de España”. Madrid, 1786.
[1] RIQUER, M. Y VALVERDE, J.M., Pág. 222.
[2] TORROBA BERNARDO DE QUIRÓS, F., pág. 455.
[3] Cit. ALBORG, J. L., pág. 405.
[4] ALBORG, J.L., pág. 408.
[5] TIRSO DE MOLINA: Hª GENERAL DE LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES. VOLUMEN II (1568-1634). Madrid, 1974.
[6] Ibídem, pág. 263.
[7] Ibídem, pág. 263.
[8] Ibídem, pág. 263.
[9] Ibídem, pág. 277.
[10] Fray Pedro de San Cecilio: Anales, pág. 383.
[11] Ibidem, pág. 383.
[12] Ibidem, pág. 384.
[13] Op. Cit., pág. 384.
[14] Tirso de Molina: pág. 276.
[15] José Antonio Álvarez y Baena: “Compedio histórico de las grandezas de la coronada villa...”, pág. 106-107.
[16] Op. Cit., pág. 107.
[17] Op. Cit., pág. 214.
[18] Tirso de Molina: op. cit, pág. 277.
[19] Íbidem, pág. 276.
[20] Íbidem, pág. 278.
[21] Íbidem, pág. 278.
[22] Fray Pedro de San Cecilio: Anales, pág. 299 (nota al margen).