sábado, 24 de julio de 2010

LA MARGINACIÓN DE LA MUJER EN LA EDAD MODERNA. EL VISO DEL ALCOR COMO EJEMPLO

La Historia de la Mujer es de creación reciente y aún se encuentra en proceso de consolidación y legitimación. La investigación histórica tradicional subordina la experiencia histórica de la humanidad al varón, no siendo una excepción la historiografía sobre El Viso del Alcor, en la que apenas aparecen nombres de mujeres; a lo sumo se han estudiado algunas excepcionales figuras femeninas, poco representativas de sus contemporáneas, tal es el caso de Beatriz Ramírez de Mendoza, IV Condesa del Castellar. Este artículo pretende esbozar de manera general y sintética la Historia de la mujer visueña desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces.

LA MUJER VISUEÑA EN LA EDAD MODERNA

Los moralistas del XVI tenían como imagen de la mujer perfecta a la Virgen María, cuya semblanza emanaba pureza, honestidad y buena voluntad. Erasmo y Luis Vives recomendaban educar a las mujeres para ser hijas, esposas sumisas y buenas madres. Los teólogos del Barroco, continuando con la misoginia tradicional, definieron la tarea de las mujeres en el proceso de procreación como puramente pasivo. En definitiva, Vives y otros moralistas españoles de la Edad Moderna relegaron a las mujeres a los papeles de "madres, hijas, viudas, vírgenes o prostitutas, santas o brujas”, por lo que sería interesante observar si las visueñas de esta época encajaban o no con esos determinados y limitados roles.

La casada

La familia extensa era la base del entramado social desde hace siglos y tenía la estructura de un reino en miniatura, en el que el padre tenía el poder absoluto. Se consideraba que la mujer tenía únicamente dos destinos honorables: casada o monja. Los padres regulaban las bodas de sus hijos. Luis Vives, en su obra “Deberes del marido” consideraba que “una larga y jamás desmentida experiencia ha enseñado que son muy raros los casamientos afortunados que a hurto se concertaron entre el mozo y la doncella, y, al contrario, que son harto pocos los matrimonios desafortunados de quienes los padres fueron los inspiradores y casamenteros…”[1]. Los padres procuraban generalmente casar a sus hijos dentro de su grupo social y en su entorno. Los hijos que se casaban sin el consentimiento paterno perdían sus derechos a la herencia y los lazos familiares quedaban rotos. Según la mentalidad de la época, la mujer tenía básicamente tres funciones: ordenar el trabajo doméstico, perpetuar la especie humana y satisfacer las necesidades afectivas de su esposo. Esa es la razón por la que el matrimonio sería un fin para la mujer. Para contraer matrimonio las féminas debían aportar una dote cuyo valor variaba en función de las condiciones económicas de la futura esposa. Siempre quedaba la posibilidad del adulterio, algo bastante común tanto entre hombres como entre mujeres. Evidentemente, el tratamiento social y legal era diferente si lo cometía uno u otra. Si la mujer casada era sorprendida en pleno adulterio, el marido tenía la potestad de matarla en ese momento, siempre y cuando también ejecutase al amante. Si el marido tenía solo sospechas de adulterio, debía denunciar el caso ante los tribunales y cuando fuera probado, los culpables eran entregados al marido para que hiciese justicia o los dejara libres. En cambio, una buena esposa debería pasar por alto las infidelidades de su marido, para buscar, por encima de todo, la paz del hogar. La mujer casada debía sufrir con resignación los malos tratos de su marido, por muy bárbaro que éste fuese. Las mujeres del Antiguo Régimen tenían, por regla general, muchos hijos, pero la elevada mortalidad infantil en los primeros meses de vida, debido a las pésimas condiciones higiénicas y sanitarias, hacía que sólo sobrevivieran unos pocos.

Los documentos del Antiguo Régimen hacen referencia a los cabezas de familia, por lo que las nombres de mujeres apenas aparecen. Sin embargo, es más usual que aparezcan los nombres de mujeres de la nobleza, de mayor consideración social que las mujeres comunes. El Viso no es una excepción, por lo que podemos citar varios ejemplos, aunque matizando que las estancias de los Condes del Castellar en nuestro pueblo fueron escasas y esporádicas.

El Mayorazgo de El Viso fue fundado por Juan de Saavedra y su mujer Juana de Avellaneda en 1456 para el primogénito del matrimonio, Fernán Arias. Según las cláusulas de tal documento, el Mayorazgo pasaría a los descendientes legítimos de Fernán, prefiriéndose el mayor al menor y el varón a la hembra.

Beatriz Ramírez de Mendoza, Duquesa de Rivas, se casó con Fernando Arias de Saavedra, IV Conde del Castellar, en 1584, a los 29 años de edad. Tuvo seis hijos, cuatro niñas y dos niños: Ana, que murió antes de bautizarse; Juana, que nació en 1587; Ana María, nacida en 1589; Beatriz, que nació en 1591 y murió a los 11 años; Gaspar Juan, que nació en junio de 1593; y Baltasar, que nació en 1594, y falleció soltero en 1615. Este ejemplo concreto es una muestra de la alta natalidad de la época (una cadencia de un hijo cada dos años) y la elevada mortalidad infantil, más destacable aún porque estamos hablando de una familia acomodada y perteneciente al estamento privilegiado de la sociedad. Gaspar Juan Arias de Saavedra, V Conde del Castellar e hijo de la anterior, se casó en 1609, antes de cumplir los 15 años, con su prima Francisca de Ulloa Saavedra. A pesar de la temprana muerte del conde, a los 29 años, en julio de 1622, el matrimonio tuvo tres hijos: Fernando Miguel Arias de Saavedra (señor de El Viso y Conde del Castellar), José Ramírez de Saavedra (marqués de Rivas) y Beatriz Arias de Saavedra (dama de la reina)

La soltera

A pesar de las limitaciones matrimoniales, el matrimonio era preferible a la soltería, pues ésta tenía un sentido peyorativo en la sociedad de la época, llegando hasta nuestros días el apelativo de “solterona”.

La viuda

La mujer, tras la muerte del marido, se convertía automáticamente en cabeza de familia, y como tal era censada. El Encabezamiento de 1554[2] ofrece un total de 165 vecinos, de los cuales 17 son viudas, lo que representa el 10 % de los cabezas de familia. El Encabezamiento de 1694[3] ofrece una población de 248 vecinos, incluyendo a 20 mujeres (8%), de las que tres (Juana de Aguilar, Josefa Algarín y Gerónima de Aguayo,) debían tener una mayor consideración social, ya que son las únicas que reciben el apelativo de “doña”. El Vecindario de Ensenada de 1759[4] ofrece una población de 452 vecinos, de los cuales hay 29 viudas pobres cuyo estado no consta (6% del total).El padrón de 1798[5] nos informa que hay 675 vecinos, repartidos en 17 calles, de los cuales 42 son mujeres cabezas de familia (6%). Los nombres propios más frecuentes de estas visueñas son Josefa, María, Isabel, Juana, Francisca y Catalina (conformando estos seis apelativos el 51 % de la población femenina).

La viuda era considerada con especial simpatía, mezclada con algo de compasión por la sociedad de su tiempo. La viudez en el Antiguo Régimen, mayoritariamente femenina, puede ser considerada como equivalente a un intenso dolor por haber perdido al ser querido o una liberación de tan dura opresión. “Y aun las hay que se alegren de la muerte de sus maridos, como si con su muerte se sacudiesen un triste yugo, y como si se hubiesen libertado de una servidumbre y cautiverio”[6]. Muchas viudas de nivel medio y bajo caían en la pobreza tras la muerte de sus maridos, ya que cesaban los ingresos. Aunque la viuda tratase de socorrerse, a ella y a los suyos, con algún trabajo, éste era tan mísero y los ingresos tan escasos que no la sacaban de la pobreza. No obstante, hay casos frecuentes de viudas que mantienen un alto estatus social tras enviudar.El caso más llamativo de una viuda con alta consideración y jerarquía es la anteriormente citada Beatriz Ramírez de Mendoza, que tras enviudar en septiembre de 1594, a los 38 años de edad, se convirtió en cabeza de familia hasta que su hijo, Gaspar Juan, V Conde del Castellar, es proclamado mayor de edad en junio de 1608. Esta mujer, de una profunda religiosidad, tuvo una agitada vida social, impulsando la reforma mercedaria y creando cuatro conventos, uno de ellos en El Viso, llegó a conspirar contra el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III,…. Esta enérgica mujer falleció en noviembre de 1626, a los 70 años, sobreviviéndole tan solo dos de sus hijas.

El Catastro Eclesiástico de Ensenada de mediados del siglo XVIII[7] nos informa de modo indirecto de una serie de mujeres acaudaladas que crean importantes Capellanías (fundaciones religiosas de carácter privado, mediante las cuales el testador dona una serie de bienes para la celebración periódica de una serie de misas por su alma).

Los visueños y visueñas de mayor rango social eran enterrados en la Parroquia de Santa María del Alcor, mientras la mayoría recibían sepultura en el cementerio anexo a ella, donde actualmente está ubicada la Sacristía.

El testamento de doña Juana de Leanis[8], fechado el 16 de agosto de 1542, ordenada ser enterrada en sepultura de fábrica, donde se encontraban enterrados sus padres. Isabel del Castillo[9], fallecida en noviembre de 1649 a causa de la peste, es enterrada en la Parroquia, junto a su marido, Pedro de Rojas, dejando en su testamento casas en la calle Real y en la calle del Panadero. Gerónima[10], hija de Pedro de Aguayo y esposa de Diego de Morales Reyes, hizo testamento en 1724, solicitando ser enterrada en la tumba de sus padres, junto al atril del coro en la nave central de la Parroquia. Por otra parte, también tenemos bastantes referencias a viudas en las que no consta su situación económica.

La religiosa

El Viso contaba con un único convento masculino, el de Mercedarios Descalzos, fundado en 1604 por Doña Beatriz Ramírez de Mendoza, y con ninguno femenino, no existiendo constancia de jóvenes que tomaron los hábitos en centros religiosos de otras localidades. No obstante, en el Encabezamiento de 1554 se cita a una beata, concretamente a Juana Martín. Francisco Avellá[11] indica que el término beata tienes tres significados posibles en esta época:1-Mujer que, vistiendo hábito religiosos, vive recogida en su casa, ejercitándose en obras de virtud.2-La que vive con otras en clausura bajo una determinada regla. 3-La que vive en comunidad bajo una regla, pero no en clausura. Sin lugar a dudas, el significado que más se nos aproxima a nuestro caso es el primero.

Las marginadas

La mujer sufre una profunda marginación en el mundo del trabajo desde la antigüedad, quedando reducida a empleos de los sectores medio y bajo. La mujer no tenía acceso a los centros de enseñanza, por lo que la mayoría eran analfabetas. Que una mujer destaque por su saber es la excepción, tal es el caso de Beatriz Galindo “La Latina”, bisabuela de la IV Condesa del Castellar. Los principales oficios quedan reservados a los hombres, así como el mundo de la política y los negocios, por lo que la mujer queda limitada a ayudar a su marido o a empleos humildes. Como botón de muestra, encontramos una única referencia a un oficio desempeñado por una mujer en la villa de El Viso, en este caso a una mesonera, en las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada de 1751[12]. No obstante, aunque aparezcan escasas referencias documentales, el trabajo de la mujer debió ser intenso, tanto dentro como fuera del hogar. El trabajo doméstico recaía absolutamente en la mujer: limpiar, elaborar los alimentos y vestidos, fabricar velas y candiles para iluminar la casa, hacer jabón, buscar el agua a la fuente, encender el fuego del hogar,…Del mismo modo, la mujer también estaba al cuidado de los niños, ancianos, enfermos y parturientas. En una sociedad rural, como la visueña del Antiguo Régimen, el trabajo de la mujer como temporera debió ser fundamental, sobre todo en la época de la vendimio y del verdeo.

La mayoría de las mujeres del Antiguo Régimen pueden ser consideradas marginadas, aunque las que la soportan una marginación más profundas son las criadas, las prostitutas, las consideradas brujas y las esclavas.

Las criadas suelen ser mujeres que no tienen un oficio concreto y terminan sirviendo en las casas de los pudientes. Aquí, como en tantos casos, su suerte dependía del talante del ama de casa. Las criadas suelen estar mal pagadas, siendo privadas de voz y voluntad. Algunas son injuriadas y maltratadas, incluso sufren los acosos sexuales de los hombres de la casa. En cuanto al caso particular de nuestro pueblo, no tenemos constancia documental de la existencia de criadas en esta época, aunque es muy probable que algunos ricos visueños contaran con sus servicios.

Presumiblemente, en El Viso también habría mujeres de “mala reputación”, sin embargo, no contamos con pruebas fehacientes que lo certifiquen.

En cuanto a las brujas, parece poco probable que este fenómeno se diera en nuestra localidad, aunque como dato curioso hemos encontrado una referencia a un exorcismo. Fray Pedro de San Cecilio[13] narra lo siguiente: “Siendo conventual del Viso el año de 1614 recién venido de Lisboa, vinieron por él de Mairena, villa poco distante, para que exorcizasse a una mujer. Estaba yo entonces allí estudiando las Artes y acompáñele en este viaje…”

La existencia del fenómeno de la esclavitud en El Viso está perfectamente documentado. Como botón de muestra puede servir el siguiente acta bautismal del Archivo Parroquial de El Viso, citado por Bueso y Belloso: “En miércoles, veinticinco dias de mes de Enero, año del señor de 1548 años, bauticé yo, Diego Navarro, clérigo, cura de esta Iglesia, Antón, esclavo de Diego Gómez de Santiago, hijo de Catalina, su esclava”. Relacionado con este fenómeno puede estar el caso de “Brixida García de color morena[14], que en 1608 da tributos a la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, lo que nos hace pensar en una mulata, producto de las relaciones entre una esclava y su señor, que es reconocida por su padre y hereda sus bienes.

BIBLIOGRAFÍA:

J. P. BUESO y J, BELLOSO: Historia de El Viso del Alcor. Edición propia (Madrid, 1997) Tomo I, 228-234.V

L VIVES, Deberes del marido, en Obras Completas, =Aguilar (Madrid, 1948)

ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Dirección General de Rentas, 1ª Remesa, catastro de Ensenada, Respuestas Generales. L563

J. A. CAMPILLO: El Viso del Alcor: Su Historia. Ayuntamiento de El Viso del Alcor (Sevilla, 1995) 103.

F. AVELLÁ: Beatas y beaterios en la ciudad y arzobispado de Sevilla, en Revista Archivo Hispalense (Sevilla, 1982

FRAY PEDRO DE SAN CECILIO: Annales de la Orden de Descalzos de Nuestra Señora de la Merced. Ed. Fascímil (Barcelona, 1669) 740.

MARCO ANTONIO CAMPILLO DE LOS SANTOS

228-234.

[3] Íbidem, 316.

[4] Vecindario de Ensenada 1759, =Alcabala del Viento. Tabapress (Madrid, 1991) vol. 3, 741.

[5] Cit. I. P. BUESO y J, BELLOSO: Op cit., 316-317.

[6]L. VIVES, Deberes del marido, en Obras Completas, =Aguilar (Madrid, 1948) 1158-1159.

[7] ARCHIVO MUNICIPAL DE EL VISO. Libro de Raíz de Eclesiásticos (Catastro de Ensenada). L.236.

[8]I. P. BUESO y J, BELLOSO: Historia de El Viso del Alcor. Edición propia (Madrid, 1997) 368.

[9] Íbidem.

[10] J. A. CAMPILLO: El Viso del Alcor: Su Historia. Ayuntamiento de El Viso del Alcor (Sevilla, 1995) 103.

[11] F. AVELLÁ: Beatas y beaterios en la ciudad y arzobispado de Sevilla, en Revista Archivo Hispalense (Sevilla, 1982).

[12] ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Dirección General de Rentas, 1ª Remesa, catastro de Ensenada, Respuestas Generales. L563.

[13] FRAY PEDRO DE SAN CECILIO: Annales de la Orden de Descalzos de Nuestra Señora de la Merced. Ed. Fascímil (Barcelona, 1669) 740.

[14] Cit. J. A. CAMPILLO: El Viso del Alcor: Su Historia. Ayuntamiento de El Viso del Alcor (Sevilla, 1995) 107.


[1] L. VIVES, Deberes del marido, en Obras Completas, =Aguilar (Madrid, 1948) 1273.

[2] Cit. I. P. BUESO y J, BELLOSO: Historia de El Viso del Alcor. Edición propia (Madrid, 1997) Tomo I,

martes, 6 de enero de 2009

LA PESTE EN LOS ALCORES DE EL VISSO (RELATO HISTÓRICO)

LA PESTE EN LOS ALCORES DE EL VISSO

Habiendo caminado muchas leguas a lomos de mi viejo jumento, divisé en la lontananza una fortaleza natural a la que llaman Alcores. Espoleé a mi pollino para arribar cuanto antes a mi destino. Acto seguido, tras dejar atrás una fértil vega inundada por los destellos áureos de los trigales y rociada por el fragante olor del tomillo y del romero, llegué a la villa de El Visso. Se trata de una villa pequeña, modesta y de corta vecindad, con calles algo torcidas y mal trazadas por lo barrancoso del terreno y casas encaladas de humilde edificio, a excepción del caserío de los Condes del Castellar y de otras casas de mayor enjundia situadas en las calles principales del pueblo. Este blanco inmaculado es enriquecido por el verdor de vides y olivos, así como por la fragancia de frutales regados por las acequias de majestuosas huertas.
Siguiendo las indicaciones de un humilde arriero, llegué a la plaza pública, lugar estratégico entre la Iglesia y la Casa Palacio de los Condes del Castellar, y donde estaban montando los tenderetes del mercado. Allí me dirigí a la Casa del Cabildo, donde me recibió afectuosamente el Alcalde Mayor de la villa, un anciano de elevada estatura, nariz prominente, cabellera cubierta por una ligera capa de nieve, ojos saltones y una elegante indumentaria de color negro.

- ¡Bienvenido sea vuesa merced, doctor don Alonso Pérez! Esperábamos con impaciencia su llegada, pues tras el fallecimiento de nuestro médico don Juan de los Santos, que en paz descanse, esta villa está desamparada.
- Muchas gracias, señor Alcalde.
- El concejo recibió hace varias semanas una carta de nuestro señor Conde aconsejando vuestros servicios y raudos y veloces mandamos a nuestros emisarios para contestarle afirmativamente y darle las gracias por su generosidad.
- Así fue, señor Alcalde. Una vez llegaron los emisarios a Castellar de la Frontera, nuestro querido conde don Miguel me dio su bendición y ordenó a su mayordomo que llenase mis alforjas de las viandas y pertrechos necesarios para el largo viaje. Monté en mi jumento y, tras despedirme de mi anciana madre y de las recias murallas de mi villa natal, me dirigí lo más rápido posible hacia El Visso.
- Espero, sinceramente, que su estancia en esta humilde villa sea satisfactoria.
- Estoy seguro, señor Alcalde. De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, por lo que espero estar a la altura de mi nuevo cargo como médico de esta villa.

Tras esta breve conversación, el Alcalde Mayor ordenó a un flacucho jovenzuelo que me acompañara a una casa en la cercana calle de Pedro Miguel, la cual sería de ahora en adelante mi nuevo hogar y mi lugar de trabajo.
El huesudo muchacho cogió las riendas de mi asno, que estaba tranquilamente pastando en las caballerizas de la Casa Consistorial, y salimos a la Plaza Pública o Plaza de la Fuente, denominada así por estar ubicada en sus inmediaciones una fuente de la que brotaba gran cantidad de agua cristalina. La citada Plaza, hace escasos momentos semidesierta, estaba repleta de gran cantidad de gente de todo tipo (señoras de mediana edad, ancianas recoveras, pilluelos sucios y harapientos, jóvenes lacayos, esclavos de piel morena,…) que pululaban por los tenderetes del mercado. Éste, de periodicidad semanal, estaba bien abastecido de alimentos (frutas, espárragos, cardos, palmitos, aceite, aceitunas, hogazas de pan,…), bebidas (vino y aguardiente locales), telas y gran variedad de baratijas (espejos, collares y pulseras de bisutería, cepillos,…). También en la Plaza existía una carnicería, arrendada por el Concejo a un particular, que surtía diariamente a los lugareños de carne de conejo, de ternera, de cerdo y de pollo, así como de pescado los días de Cuaresma.
Una vez que atravesamos la Plaza ascendimos por la empinada y serpenteante calle de Pedro Miguel, donde se encontraba situada una pequeña Capilla y un horno de cocer pan, ambas propiedades del Conde del Castellar. Jadeantes, llegamos al lugar de destino; se trataba de una casa modesta de encaladas paredes con zaguán, dos salas con ventanucos a la calle (una servía de alcoba y otra de consulta), patio descubierto con macetas, cocina, cuadra y corral con un pozo y una vieja escalera de madera para subir al soberao. Allí me recibió una venerable anciana, totalmente enlutada y con un pañuelo que apenas dejaba entrever sus cabellos grises, que se ocuparía de las tareas de la casa.
Tras descansar un buen rato y refrescar mi sedienta garganta con agua fresca de pozo, recibí la visita del párroco, don Antonio Jiménez, el cual, tras recibir mi beso en su reluciente anillo, me informó detalladamente de las andanzas y desventuras de los lugareños y me invitó a acompañarle a yantar en el Convento del Corpus Christi, pues los frailes mercedarios tenían importantes y trágicas noticias que comunicar. En un santiamén llegamos al citado convento de la joven Orden de los Mercedarios Descalzos, pues está situado a tiro de piedra de mi humilde residencia. El Convento, coronado por una bella espadaña que rasga el manto azul del cielo, es un edificio religioso rectangular de buenas hechuras, situado entre el Palacio y la pequeña huerta de la citada casa conventual, al que accedimos a través de una puerta coronada por un tímpano semicircular bañado por azulejos planos, en color azul sobre fondo blanco, que representa al principal patrono de la villa, San Pedro Nolasco, en la ardua tarea de redimir cautivos. Tras atravesar un zaguán y un portalón de madera con lacería morisca, accedimos directamente al claustro con pilares dóricos y arcos de medio punto algo rebajados, en torno al cual se distribuían las distintas dependencias (Refectorio, cocina, despensa, cuarto de Prelados, hostelería, sala capitular,…). Muchos detalles del convento me recordaron al del desierto de la Almorayma en mi villa natal, también sufragado e impulsado por la santísima Condesa del Castellar y Duquesa de Ribas, que en paz descanse, doña Beatriz Ramírez de Mendoza, abuela paterna de nuestro querido señor. Especialmente significativa es la semejanza de las espadañas y de los claustros.
El claustro conventual, lugar de reflexión y sosiego, sirvió de escenario improvisado para conocer a las principales autoridades de la villa, por lo que deduje que los temas a tratar deberían ser de suma importancia. El prelado de la congregación, Fray Luis de Jesús María, nos invitó a pasar al refectorio para yantar y debatir noticias frescas recién llegadas de la vecina villa de Mayrena. Impaciente por conocer la misteriosa noticia, apenas probé bocado, a pesar de los excelentes platos que llenaban las mesas del refectorio (sopa, capón asado, pan de trigo y frutas frescas, todo ello regado por un vino de muy buena calidad, reservado para las mejores ocasiones). Sólo una docena de frailes yantaban con nosotros, pues otros, en acto de penitencia, comían pan y agua en el suelo. Tras haber yantado y reconfortadas nuestras almas por las lecturas bíblicas del venerable anciano, Fray Alonso de Jesús, el prelado informó a los presentes que el párroco de Santa María del Alcor de la vecina villa de Mayrena le había comunicado mediante carta que dos mercaderes que habían acudido a la feria de Mayrena desde Zafra habían muerto trágicamente tras una terrible enfermedad, y que el galeno local había diagnosticado peste negra. Los lamentos de los presentes fueron estremecedores. Pensé que Dios Todopoderoso me mandaba una dura prueba, pues sin duda los Jinetes del Apocalipsis no tardarían en llegar a esta bendita tierra de María.
Terriblemente preocupado me retiré a rezar a la capilla conventual, una bella construcción de una sola nave con bóveda de cañón con lunetos, y con un presbiterio cubierto con una espectacular cúpula de media naranja y presidido por un modesto retablo de yesería, donde destacaban una pequeña imagen de la Virgen de la Merced y el Cristo de la Misericordia, prácticamente idéntico al del convento de Castellar de la Frontera, pues ambos fueron regalos de la Condesa del Castellar, doña Beatriz Ramírez de Mendoza, a los frailes fundadores de sendos edificios conventuales.
Pasaron varias jornadas sin ninguna novedad, por lo que seguía con mis quehaceres diarios y rutinarios, no obstante mi tranquilidad duró poco, pues la epidemia de peste se propagó por Sevilla en febrero del año 1647 causando miles de muertes y terriblemente llegó a El Visso.
La sintomatología de los primeros casos no dejaba lugar a dudas: período de incubación de dos a ocho días, pasado el cual se presentaba bruscamente la enfermedad con fiebre muy alta, escalofríos, sed intensa, náuseas y agotamiento. Se trataba sin duda del tipo de peste conocida como bubónica, ya que a los enfermos les aparecían bulbos o bubones en los ganglios (axilas, ingles y cuello), muy dolorosos y que llegan a ulcerarse, con necrosis abundantes y hemorragias.
Mis conocimientos médicos adquiridos en la Universidad de Osuna poco podían hacer para evitar la epidemia. Únicamente me quedaba por realizar el protocolo tradicional en estos casos, o sea, confinar a los enfermos en un lugar apartado, quemar a los fallecidos o enterrarlos en fosas comunes bajo gruesas capas de tierra y de cal viva, tratar de eliminar el mayor número de ratas y pulgas (causantes de la propagación de la peste), animar a los lugareños a mejorar su higiene (aunque no hacían el más mínimo caso a mis consejos, pues pensaban que no lavarse era señal inequívoca de ser cristianos viejos),…Por consiguiente, el destino de los vecinos de El Visso no estaba tanto en mis manos, como en las de la Santísima Trinidad.
Las calles de esta pequeña villa del Reino de Sevilla conformaban un espectáculo dantesco. Las bestias deambulaban por las calles a su libre albedrío, los buitres oscurecían el cielo, las aguas sucias y pestilentes formaban riachuelos intermitentes, los encapuchados alguaciles arrojaban a las destartaladas carretas los descompuestos cadáveres, el olor a carne quemada se difundía con celeridad, los lamentos se escuchaban por doquier, los harapientos huérfanos mendigaban por las calles o realizaban hurtos en las casas abandonadas,…
Los escasos lugareños que permanecieron en sus hogares (la mayoría se habían refugiado en huertos y cortijos) decidieron en concejo abierto, con el apoyo del párroco y de los alcaldes mayores, sacar en procesión a San Sebastián, santo protector contra la peste y el patrón más popular. El prelado del Convento, Fray Luis de Jesús María, aceptó a regañadientes ante el clamor popular, pues hubiera preferido que el elegido fuera San Pedro Nolasco, principal patrono de la villa tras la llegada de los primeros frailes mercedarios hacia 1604.
Los preparativos se realizaron con rapidez y esa misma noche, ante la atenta mirada de un cielo estrellado y una luminosa luna, los visueños sacaron en procesión a la pequeña imagen de San Sebastián, que como manda la iconografía tradicional está atado a un árbol recibiendo un sinfín de mortíferas flechas. Una larga fila de penitentes descalzos con sus cirios encendidos precedía a la figura del santo, llevado a hombros por forzudos mozos. A continuación, pasamos las principales autoridades y dignidades, con nuestras mejores galas (sombrero de ala ancha, indumentaria de color negro, elegante golilla y botas altas de piel). Por doquier, varios mozalbetes embriagaban a los presentes con incienso. La comitiva era cerrada por un grupo de mujeres encapuchadas que arrastraban con dificultad sus castigados pies a causa de los pesados grilletes y de varios frailes que mortificaban con toda crudeza sus menudos cuerpos (unos azotaban sus espaldas con tanta fuerza y cólera santa, que bañados en sangre, causaban a los demás mucho dolor y compasión; otros, en cambio, bajo su típica indumentaria blanca escondían ásperos cilicios de hierro, que dejaba un macabro reguero de sudor y sangre). El silencio era estremecedor, sólo interrumpido por el sonido de los grilletes, el crujido de las disciplinas en las duras espaldas de los frailes y por las oraciones y cánticos en latín de nuestro admirado párroco. Este acto de sincera devoción a San Sebastián dio sus frutos, pues desde la mañana siguiente, de forma milagrosa, empezaron a remitir los casos. Todo el pueblo, enormemente agradecido a su santo patrón, acudió en masa a su ermita y rezó con sentidas lágrimas en el cementerio colindante.
Gracias a San Sebastián y al manto protector de Santa María del Alcor, patrona de esta villa, sólo hubo una veintena de muertos a causa de esa terrible epidemia de peste negra. El Maligno volverá a enviar en el futuro nuevas plagas, pero espero que los santos del cielo guíen mis inexpertas manos para auxiliar lo antes posible a mis vecinos. No obstante, sólo el destino será dueño y señor de nuestro futuro, y espero estar muchos años en esta bendita tierra de María para contarlo.

MEJOR RELATO LOCAL PREMIOS ULISES 2006
MARCO ANTONIO CAMPILLO DE LOS SANTOS

martes, 16 de septiembre de 2008

RELATO HISTÓRICO (PREMIO AUTOR LOCAL XI CERTAMEN "ULISES")

DE CÓMO DON QUIJOTE SOLUCIONÓ EL PLEITO DE LA GALLINA
EN LA VILLA DEL VISSO.


Habiendo caminado muchas leguas Don Quijote y Sancho Panza pensaron detenerse en una encrucijada de caminos, toda recubierta de frondosos árboles. Así lo hicieron, y, mientras yantaban, parlaron un poco acerca de una serie de menudeces.
- Señor, dijo Sancho Panza, creo que vuestra merced está bien servido, por lo que debe darme agora mismo el gobierno de la ínsula que en numerosas pendencias he ganado; que por grande que sea, me siento con fuerzas de gobernarla mucho mejor que la última vez.
- Advertir, querido Sancho, que aventuras se presentarán más adelante, donde os pueda hacer por lo menos gobernador.
Agradecióselo mucho Sancho, y besándole la mano, le ayudó a montar sobre el famélico Rocinante; y él mismo subió sobre su asno y comenzó a seguir a su amo, que a trote y sin hablar más sobre el asunto, se dirigía hacia un cotarrito que a lo lejos divisaba, al que llaman Alcores.
Poco después, tras dejar una fértil vega inundada por los destellos áureos del trigo, llegaron a una pequeña villa del Reino de Sevilla, conocida como El Visso. Es una población pequeña y modesta, pero el incansable trajín de sus habitantes le da un sello particular. Como botón de muestra, hemos de decir que al bueno de Sancho nada más entrar en dicha tierra le vendieron media docena de huevos, tres hogazas de pan de excelente calidad y espárragos de magnífico porte.
Se trata de una villa señorial de calles algo torcidas por lo barrancoso del terreno y con casas encaladas de humilde edificio. Este blanco inmaculado es enriquecido por el verdor de vides y olivos, por la fragancia de frutales refrescados por fuentes de agua de mucho regalo y por el resplandor áureo de los trigales.
Un grupo de chiquillos sucios y harapientos se arremolinaron en torno a los dos extraños visitantes y empezaron a burlarse de la indumentaria del hidalgo manchego.
- ¡ Mentecatos!– gritó El Caballero de la Triste Figura. Dejadme paso, o mi invencible brazo os dará a cada uno los azotes que sin duda os merecéis.
El griterío atrajo al cura del pueblo, el cual al reconocer a Don Quijote y Sancho por haber leído los famosos libros de Miguel de Cervantes, impidió que los jovenzuelos apedrearan a dicha pareja sin parangón.
El cura, llamado Don Sebastián Pérez, era un humilde sacerdote rural que había abrazado el sacerdocio para huir de la pobreza. Su porte era arrogante, aunque su cara bondadosa, no era muy crecido y podría pasar por pariente de Sancho Panza por su voluminoso cuerpo; tampoco era muy joven, pues estaba cercano a la senectud, pero era ligero de pies y las nieves apenas habían cubierto su cabellera.
El párroco acompañó a nuestros amigos hacia la iglesia, cuya advocación es Santa María del Alcor, pues era el lugar apropiado para parlar sin ser molestados por el vulgo.
El aspecto exterior sobrio, aunque elegante, del edificio, es roto por un bello campanario, situado en los pies de la nave principal. Debajo de la torre estaba la entrada principal al templo.
Don Quijote calculó que dicho edificio debía tener, por sus trazas, unos 150 años; o sea, que se construyó hacia finales de la centuria de 1400 de Nuestro Señor Jesucristo.
El interior era corto, aunque lo suficientemente amplio para albergar a los fieles de una villa pequeña de unos 700 vecinos. Su planta es de tres naves, siendo la central de mayor anchura que las laterales. La nave principal conducía a un coqueto retablo de hechuras clásicas realizado hacia 1577, el cual estaba formado por tres tableros en su banco, el central con el nombre del fundador de la capilla, el de la derecha con una pintura de San Juan Bautista y el de la izquierda con otra de San Juan Evangelista.
El cuerpo del altar estaba cubierto por otras pinturas; la central representaba a la Inmaculada Concepción; la de la derecha a Santa Ana, la Virgen y Jesús; y la de la izquierda a San Francisco recibiendo las llagas. El retablo quedaba rematado por la imagen tallada de un Cristo de palmo y medio de alto.
La bóveda central estaba decorada con las armas de los señores de la villa, los Arias de Saavedra, apareciendo los anillos concéntricos de ésta pintados de azul. Del centro colgaba una gran lámpara de aceite de latón que ardía en las grandes solemnidades.
Los numerosos cirios y velas, repartidos por todo el templo, iluminaban suficientemente las paredes (decoradas con unas interesantes pinturas), el retablo y las sepulturas de los condes, los únicos que tenían el privilegio de recibir el descanso eterno en la Capilla Mayor, ya que los pecheros solían ser enterrados en las inmediaciones del recinto sagrado.

- Interesante iglesia para tal modesta villa - advirtió El Caballero de la Triste Figura.
- A quién Dios se la dio, San Pedro se la bendiga - dijo el bueno de Sancho.
- No nos podemos quejar, pues nuestros patronos realizan muchos esfuerzos por mejorarla. Además esta iglesia parroquial es especial porque el Papa Pío V le concedió en 1572 un jubileo perpetuo, a celebrar el 25 de marzo, en agradecimiento a la destacada participación que nuestro querido señor Fernando Arias de Saavedra, IV Conde del Castellar, que en paz descanse, junto a un grupo de notables visueños, tuvieron en la batalla de Lepanto. En esta famosa batalla naval, la Santa Cruz se impuso a esos perros turcos, gracias a la protección de la Inmaculada.
- De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben- dijo el fiel escudero.
- Mi buen amigo, Miguel de Cervantes, también luchó en tan singular batalla, quedando lisiado en su brazo izquierdo por la herida producida por un arcabuz. Muchas veces me ha contado el gran arrojo que demostró en la batalla don Fernando Arias de Saavedra, junto a sus vasallos, obedeciendo a rajatabla las certeras órdenes de don Juan de Austria – comentó Don Quijote.
- Celebro que vuesa merced conozca las hazañas de mi señor, que en gloria esté. Considero que mi joven conde y su augusta y santa madre tendrán un gran interés en conoceros, por lo que os conduciré a su mansión palaciega, que desde aquí se divisa.
- Así sea, contestó Don Quijote.

Nuestros tres amigos salieron de la iglesia, atravesaron la Plaza Mayor y llegaron a la mansión palaciega del señor territorial y jurisdiccional de la villa. Se trataba de una Casa- Palacio de tipo rural de dos plantas de altura, adosada a una torrecilla que servía de cabecera a un pilar donde corría un agua limpia, fresca y transparente. La cubierta es a dos aguas de teja árabe, con la puerta principal algo saliente, con predominio del blanco en las fachadas,... Su silueta majestuosa, en contraste con el humilde edificio de las casas de los lugareños, junto a la angostura que le daba a la calle donde se estaba construyendo un convento de los mercedarios descalzos, imprimía al sector una belleza digna de ser inmortalizada por un pintor de la Corte.
Don Quijote, Sancho y el cura atravesaron dos patios y arribaron a la estancia donde estaba el joven conde, junto a su madre (doña Beatriz Ramírez de Mendoza), su prometida (su prima Francisca de Ulloa Saavedra) y su hermano Baltasar.
El caballero de la Triste Figura besó las manos de las damas y endulzó sus oídos con los siguientes halagos:
- He recorrido muchas leguas en mi corcel Rocinante, pero jamás vi en estas tierras de su majestad Felipe III a damas de tanta belleza y elegancia, sólo comparables a la sin par Dulcinea del Toboso.
Sin duda, el bueno de Alonso Quijano estaba en lo cierto en cuanto a la fermosura de la joven Francisca de Ulloa, una linda niña de doce años de tez blanca, cabello rubio y ojos azules; sin embargo, la condesa del Castellar y duquesa de Rivas no le iba a la par. Era una mujer de 50 años, menuda de cuerpo, cabello blanquecino, nariz aguileña,... Su aspecto era sobrio, ya que vestía totalmente de negro (en honor a su esposo, fallecido en 1594, hace doce años), pero denotaba ser una mujer de fuerte carácter.

- Muchas gracias por tales cumplidos, flor de la caballería andante – dijo la señora condesa. Hasta estas tierras alcoreñas ha llegado la fama de los numerosos entuertos que ha deshecho su merced. Es un honor que descanséis vuestros fatigados huesos en esta humilde morada, no lo suficientemente digna para el caballero más famoso que nos ha dado España desde tiempos del Cid Campeador.
- Vuestro castillo, con sus impresionantes almenas, su hermosa torre del homenaje y su gran puente levadizo, no tiene que envidiarle a ninguno que mis cansados ojos hayan visto – contestó, falto de lucidez, Don Quijote.
- Mi señor, intervino Sancho, que no se trata de un castillo, sino de una casa- palacio.
- Querido Sancho, sin duda, algún genio enemigo os ha encantado para quitarle mérito a mis hazañas, haciéndote ver mansión donde hay un castillo.
- Así puede ser, pues mis bisabuelos construyeron un magnífico castillo, pero nuestros sentidos nos hacen ver una simple casa solariega – dijo burlonamente Gaspar Juan, V Conde del Castellar.

El conde era un muchacho de trece años de aspecto débil y enfermizo, aunque parecía un joven despierto e inteligente. Su tez pálida estaba flanqueada por cabellos lacios y largos color azabache. Había heredado de su madre la nariz aguileña. No era muy alto, pero su cuerpo estaba bien proporcionado. Estaba vestido elegantemente con un jubón y calzón negros(que contrastaban con la blancura de su piel, típica de un noble), una espada con las armas de su familia y una elegante golilla; pues era domingo, y la ocasión lo merecía.
Su hermano, Baltasar, era sólo un año menor. Su fisionomía era todavía más débil, y los médicos no le auguraban un futuro muy prometedor. Era de elevada estatura para su corta edad, pero su aspecto huesudo y enfermizo no era un regalo para la vista. Tampoco parecía muy despierto, y siempre permanecía a la sombra de su augusta madre y de su hermano.
Nuestros amigos acompañaron a la familia condal al convento contiguo para escuchar la misa dominical. La condesa estaba muy orgullosa de las obras de construcción del convento de Corpus Christi de la orden de los mercedarios descalzos, el cual había sufragado, junto al de Castellar de la Frontera en el desierto de la Almorayma. Las obras comenzaron hace dos años, en 1604, por lo que estaba construido sólo el primer cuerpo del edificio, dónde se colocó provisionalmente la Iglesia y la Sacristía. Las imágenes más destacadas y de mayor devoción popular eran, sin duda, un Crucifixo que la condesa había regalado desde Madrid y conocido como Cristo de la Misericordia, cuya imagen, perteneciente a la Cofradía de Jesús Nazareno, procesionaba el Viernes Santo de cada año a punto de amanecer; y una imagen muy antigua de nuestra Señora, de talla entera, de hasta dos tercias de largo.
Una vez terminada la misa, el joven conde invitó al caballero manchego a una cacería en el lugar de Alcaudete. Ambos, montados en sus respectivas caballerías, junto a dos mozos, llegaron rápidamente al lugar en cuestión. Se trataba de un paraje paradisiaco, repleto de frondosos árboles y regado por un agua limpia y transparente, que discurría por unas atarjeas que alimentaban a unos antiquísimos molinos. No es de extrañar que Santa María del Alcor escogiese dicho sitio para edificar su ermita.
El conde soltó al aire a un halcón peregrino, cuyo cuerpo firme, poderoso y ahusado está adaptado para el perfecto dominio del aire. Se elevó con celeridad y se lanzó sobre una desdichada paloma casi verticalmente con las alas plegadas; atacó a su presa con el viento en contra, por lo que la agarró en el aire cayendo a tierra para rematarla.
Una vez cansados, y con abundantes aves y conejos, cazados con rapaz o a ballesta, nuestros protagonistas regresaron a la villa.
Al llegar a la altura de la Plaza Mayor, vieron que se estaba celebrando en ella un multitudinario concejo. Ante el fervor de los vecinos, el Cabildo pedía a la señora Condesa (el Conde era todavía menor de edad) que redujese el tributo de las gallinas a una por estar muy necesitados. La petición fue denegada por los representantes de la condesa.
Una humilde anciana pidió la ayuda de don Quijote, a lo que éste contestó:
- Es mi deber como caballero andante deshacer entuertos y defender a los débiles y oprimidos, aunque sea a costa de los intereses de mis amigos los condes.
- No se meta, mi señor – dijo Sancho. No ande buscando los tres pies al gato, que una golondrina sola no hace verano.
- Tú, no entiendes los altos designios de la caballería andante, por lo que métete en tus asuntos y deja de beber vino de esa bota. Además, he de decirte, fiel escudero, que cada uno es hijo de sus obras, y este pleito parece ser una justa causa.
- Verdaderamente, no es un asunto en el cual vuesa merced deba intervenir, aunque si le place intervenga, mi condal persona no tiene nada que temer – dijo burlonamente el conde.
- Debo ser el paladín de esta justa causa, por lo que reto a un duelo al caballero que vos elijáis en defensa de los intereses de vuestra santa familia- contestó don Quijote.
- Así sea, pero si perdéis, mis vasallos me entregarán un real más año por familia, además de las dos tradicionales gallinas.

Los vecinos en concejo abierto ratificaron dicho acuerdo, pues aunque no confiaban demasiado en las fuerzas del extraño forastero, su situación era desesperada y debían intentarlo. Además, confiaban en algún milagro de Santa María del Alcor, a la que todos eran muy devotos.
A la señora condesa no le gustó el trato y reprendió en privado a su imprudente hijo; sin embargo, no quiso desautorizarlo, por lo que no tuvo más remedio que asentir.
El combate se celebraría a la mañana siguiente, por lo que Don Quijote, en compañía de su escudero, se fue a velar armas a la Peña del Águila, mojón que separaba a la villa del Visso de la de Mayrena, y desde la cual se divisaba el mar de la vega y la hermosa ermita de Santa Lucía, con sus tracerías góticas y su pequeño acueducto.
- ¡ Oh, colosal peña!. Los lugareños me han hablado de tus antiquísimos poderes mágicos, por lo que espero recibir tu protección para vencer mañana en tan singular batalla y para ser digno de la fermosura de Dulcinea del Toboso.

El Caballero de la Triste Figura pasó toda la noche en vela, mientras Sancho daba atronadores ronquidos, dignos de pasar por los rugidos de un león.
Una vez despierto el bueno de Sancho, ayudó a su amo a ponerse la armadura y a montar sobre Rocinante. Ambos, montados en sus respectivas monturas, se dirigieron a la Plaza Mayor de la villa, lugar donde se iba a celebrar el torneo. Dicho lugar estaba engalanado para la ocasión.
El rival de Don Quijote era un caballero alto y fuerte, envuelto en una cegadora armadura negra.
- Con la protección de mi amada, la sin par Dulcinea del Toboso, venceré a este gigante de tres cabezas – gritó Don Quijote ante el estupor de los lugareños.

El joven Conde dio la orden de salida, por lo que ambos caballeros apretaron reciamente sus espuelas y se dirigieron en dirección del adversario, lanza en mano.
El caballero de la armadura negra iba a arremeter con todas sus fuerzas contra Don Quijote, pero los designios del destino determinaron que su corcel tropezara en el mismo momento del choque, por lo que al perder ligeramente el equilibrio, dio bruces contra el suelo al recibir el impacto de la lanza enemiga. El caballero de la Triste Figura aprovechó que su adversario estaba aturdido en el suelo para ponerle su espada en el cuello y ordenarle que se rindiera. El vencido así lo hizo, ante el júbilo y alegría de los visueños.
La condesa, en representación de su hijo, tuvo que decir a regañadientes que desde ese momento el tributo quedaba reducido a una gallina.
El joven conde se quedó sin palabras y abandonó rápidamente el lugar, mientras recibía la inquisitorial mirada de su madre.
Don Quijote decidió que era el momento de partir en busca de nuevas aventuras, por lo que ordenó a Sancho Panza que montara en su jumento.
Los lugareños vitorearon a su héroe, mientras vieron perder su singular figura en el horizonte.
Desde ese día, la Peña del Águila fue conocida como la Piedra del Gallo, para que las generaciones venideras recordaran que en dicho lugar el caballero Don Quijote de la Mancha veló armas la noche anterior al combate que solucionaría el pleito de las gallinas.

MARCO ANTONIO CAMPILLO DE LOS SANTOS






domingo, 22 de junio de 2008

LA REFORMA DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE EL VISO
EN EL SIGLO XVIII POR EL ARQUITECTO DIEGO ANTONIO DÍAZ

Nuestra iglesia es un templo religioso perteneciente al estilo mudéjar parroquial hispalense que empezó a construirse a finales del siglo XV, concretamente hacia 1470, según la opinión de Luis Fernando de la Villa Nogales, sobre los restos de un morabito musulmán y un eremitorio franciscano.
Su planta, algo irregular, es producto de numerosas reformas y reconstrucciones, obligadas por el inexorable paso del tiempo o por grandes catástrofes (terremoto de Carmona de 1504, el gran incendio de 1630-- cuyos grandes daños en el templo son observados por el monarca Felipe IV, que iba de camino a Carmona--, el terremoto de Lisboa de 1755,...).
Son numerosos los arquitectos y maestros de obras que intervienen, en mayor o menor grado, en dichas reformas o reconstrucciones, pero, sin lugar a dudas, el nombre más ilustre de todos ellos es el de Diego Antonio Díaz. Este insigne sevillano, nacido hacia 1680 y muerto en 1748, “es uno de los arquitectos andaluces más interesantes de su tiempo”(Mediano Hernández, pág. 294). Por su cargo de Maestro Mayor de las obras de la Diócesis hispalense tuvo que afrontar la terminación de muchas obras ajenas y la reparación o remodelación de edificios anteriores. Sus obras, repletas de ritmos lineales y planteamientos originales, están escasamente ornamentadas, originando un barroco sobrio, geométrico y de perfiles mixtilíneos, diametralmente opuestas a las de otros maestros de su tiempo, especialmente a las realizadas por los Figueroa, los cuales llenan sus edificaciones de una exuberante decoración.
Las notas características de este maestro son la utilización preferente del ladrillo como material arquitectónico (desplazando a la piedra y a las yeserías), el empleo de pilastras dóricas con tratamiento divisorio en el fuste a base de excavar cuerpos cuadrados en las zonas extremas y a continuación dos largos cuerpos rectangulares que dejan en el centro un óculo o moldura circular, la preferencia por los contornos vigorosos y lineales, el uso de una sobria decoración,...
Sus primeras obras de las que se tiene referencia, documentadas a partir de 1705, consistieron en finalizar trabajos iniciados por otros arquitectos, especialmente Lorenzo Fernández de Iglesia y Leonardo de Figueroa. Así concluye la portada principal del Palacio Arzobispal, los campanarios de la iglesia de San Luis y la fachada de la iglesia del Salvador.
Una de sus primeras realizaciones completas es la iglesia del Convento de Santa Rosalía, emplazada en la calle Cardenal Spínola de Sevilla. Las obras duraron de 1705 a 1725, pero de lo construido por Díaz se conserva solamente la portada, pues el edificio hubo de ser reconstruido por Antonio Matías de Figueroa a raíz de un gran incendio acaecido en 1761. La bella portada de esta iglesia conventual de la Orden de las Franciscanas Capuchinas destaca sobre todo por las vistosas molduras de carácter geométrico y por la hornacina central que alberga la imagen de Santa Eremita.
También intervino en la reedificación de la iglesia de Castilblanco de los Arroyos (1710-1728), en la construcción del pórtico del Coro de la Catedral de Sevilla en 1724 (en la citada construcción emplea mármoles de colores, demostrando que no sólo era hábil en el trabajo en ladrillo, sino además un artista versátil y de alta capacidad técnica y estética), en la fachada de la iglesia de San Miguel en Morón de la Frontera (1717-1726), en la iglesia de Jesús de Lora del Río, en la iglesia de la Trinidad de Carmona, etc. Sin embargo, la edificación que es considerada su obra maestra es la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Consolación del pueblo sevillano de Umbrete. Esta monumental iglesia se construyó por iniciativa del obispo Salcedo entre 1725 y 1733, anexa al Palacio Arzobispal que servía de residencia de verano a los obispos. El templo de una nave destaca por su gran cúpula y por sus torres de diferente altura (el campanario y la torre del reloj), que sirvieron de punto de partida para las que posteriormente realizaría Pedro de Silva. También es de resaltar una gran portada en ladrillo con un abrumador predominio de la linealidad y la geometría sobre el factor decorativo.


No obstante, de su valiosa producción arquitectónica, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo, lo que más nos interesa por razones obvias es la remodelación que realizó de la Iglesia de Santa María del Alcor de El Viso en la primera mitad del Siglo de Las Luces. Parece demostrada su intervención en nuestro templo parroquial, aunque no lo está tanto las partes que reedificó y reformó, así como lo que pervive de su obra, pues nuestra iglesia fue seriamente dañada por el Terremoto de Lisboa de 1755.
Alfredo Morales, entre otros, atribuye a este artista sevillanola construcción en 1731 del campanario de nuestra parroquia, así como la remodelación de las tres puertas del templo (las dos existentes en la actualidad y otra, situada a los pies del edificio en su nave central, que se cerró a finales del siglo XVIII para colocar una exquisista y majestuosa sillería de estilo rococó procedente del Convento del Corpus Christi de nuestra localidad.
Peláez del Espino coincide con el anterior en la fecha de las obras de reforma acometidas por Díaz, pero no menciona nada sobre la construcción o reforma del campanario. Sin embargo, le atribuye la realización de la gran cúpula del presbiterio, sustituyendo a la originaria medieval, así como las tres embocaduras de sus respectivas puerta. Asimismo, señala que este arquitecto mimetizó el antiguo morabito musulmán (actual Capilla del Cristo del Amor) con el resto del edificio.
José Ángel Campillo indica con acierto que la construcción del campanario actual no puede ser atribuida al arquitecto Diego Antonio Díaz, pues hubo de ser derribado en 1756, dado su estado de ruina tras el Terremoto de Lisboa del año anterior, procediéndose a la construcción del actual. Sin embargo, es posible que la nueva torre se pareciera en algunos aspectos al edificado por Díaz, pues sus vigorosos contornos, su sobriedad decorativa, el empleo de elegantes pilastras a cada lado de los vanos de las campanas, etc, parecen propios de su personal estilo.
Parece probable que Díaz reformara las tres puertas de nuestro Templo Parroquial, adaptándolas a su gusto arquitectónico. Centrándonos en la actual puerta principal, situada en una de las naves laterales, podemos vislumbrar su maestría al enmarcarla con dos sobrias pilastras de ladrillo, coronadas por un elegante frontón partido. Sin embargo, comparándolas con algunas de las portadas que realiza o reforma para otras iglesias, hemos de afirmar que las visueñas son más modestas, posiblemente por la falta de medios para acometer las obras (los recursos empleados procedieron del secuestro por parte del Arzobispado de la cuarta parte de los diezmos de la localidad, ante la falta de recursos propios del Templo de Santa María del Alcor de El Viso).
Desgraciadamente, parte de las obras de reforma acometidas por este arquitecto sevillano no han llegado a nuestros días, debido sobre todo al efecto devastador del Terremoto de Lisboa, que afectó gravemente a numerosos edificios de nuestra villa, no siendo una excepción nuestra parroquia.
El Terremoto de Lisboa, conocido por ese nombre por tener su epicentro en la capital lusa, se produjo el 1 de noviembre (Festividad de Todos Los Santos) de 1755, siendo considerado el más destructivo que ha azotado la Península Ibérica hasta la fecha. Se produjeron varios temblores a las 9h:50 min, 10 h. Y 12 h de ese fatídico día. Afectó duramente a Portugal y al sur de España debido a su elevada magnitud (8,5 en la escala Ritcher). Además del gran efecto devastador del terremoto en sí, se produjo un enorme incendio que arrasó Lisboa y un tsunami (fenómeno que desgraciadamente se ha repetido con especial virulencia en Indonesia) que azotó las costas portuguesas y una vasta zona del golfo de Cádiz.
El terrible terremoto destruyó la mayoría de los edificios de Lisboa y causó en Portugal 50.000 víctimas mortales de una población estimada en 235.000 habitantes. Del mismo modo, en España también se produjeron cuantiosos daños. En Sevilla, se derrumbaron o dañaron numerosas viviendas. Asimismo, la Giralda se vio muy afectada, y se produjeron 9 víctimas. También el terremoto ocasionó daños en Madrid y la muerte de dos niños. Pero lo que verdaderamente causó víctimas fueron los efectos del tsunami en las costas españolas y portuguesas. El gran tsunami destruyó varios lienzos de las murallas gaditanas y numerosas personas murieron ahogadas.
El Viso del Alcor también se vio afectado por el gran terremoto, produciéndose numerosos daños materiales, pero ninguna pérdida humana, tal como señala el párroco visueño Juan de Agripino de Herrera: “...decimos que por cuanto el día sábado primero de este mes de noviembre del corriente año de mil setecientos cincuenta y cinco a horas de las diez de la mañana experimentó el Universo el más espantoso terremoto que han visto los nacidos, de tierra el mayor temblor...sin que quedase capitel, edificio, torre ni templo que no padeciese su derrota. En cuya hora todo fue lamentos, suspiros, congojas, sin otro alivio que el de la Divina Piedad a la que todos recurrimos pidiendo a voces misericordia y habiéndola conseguido este pueblo sin pérdida de vida ni lesión de persona alguna... de lo que piadosamente creemos nos reservó la Divina Clemencia por medio de la milagrosa protección de el Glorioso padre patriarca San José” (Cit. J. A. Campillo, pag. 239). En agradecimiento a esta protección, San José fue declarado copatrono de la villa el 19 de noviembre del referido año.
Este magno temblor de tierra afectó gravemente a la Capilla Mayor de nuestra Iglesia, al igual que a su torre y a otras dependencias, lo que provocó que hubieran de ser urgentemente reconstruidas debido a su estado ruinoso. Por tanto, una parte considerable de la obra de Diego Antonio Díaz se perdió para siempre, aunque considero que la intervención de este gran arquitecto sevillano no puede quedar en el olvido, por lo que espero que este artículo contribuya a evitarlo.

Bibliografía
§ V.V.A.A: Historia del Arte en Andalucía. Tomo VI: El Arte del Barroco. Urbanismo yArquitectura (páginas 325-330).
§ MEDIANO HERNÁNDEZ, JOSÉ Mª: La arquitectura sevillana en el siglo XVIII, en el Tomo III de la Enciclopedia Sevilla y su Provincia (páginas 294-295).
§ MORALES, ALFREDO Y OTROS: Guía artística de Sevilla y su provincia. Sevilla, 1989.
§ BUESO RAMOS, I. Y BELLOSO GARRIDO, J: Historia de El Viso del Alcor (Tomo I).
§ CAMPILLO DE LOS SANTOS, J.A: El Viso del Alcor: Su historia.
§ PELÁEZ DEL ESPINO, F: La Iglesia de Santa María de los Alcores (En busca de una “ruta mágica” de los Alcores). Sevilla, 1989.
§ V.V.A.A: Libro electrónico Ciencias de la Tierra y del medio Ambiente (Tema 8: riesgos naturales, terremotos y tsunamis, sismicidad en la península Ibérica).





MARCO ANTONIO CAMPILLO DE LOS SANTOS
Profesor de Geografía e Historia en el

martes, 20 de mayo de 2008

LA ESTANCIA DE TIRSO DE MOLINA EN EL VISO Y SU OPINIÓN SOBRE LA REFORMA MERCEDARIA

LA ESTANCIA DE TIRSO DE MOLINA EN EL VISO Y SU OPINIÓN

SOBRE LA REFORMA MERCEDARIA



El gran escritor del Siglo de Oro fray Gabriel Téllez, “Tirso de Molina”, fue el dramaturgo de mayor relieve entre las colosales figuras literarias de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Se trata del autor teatral español más fecundo, después de Lope, pues parece que escribió más de 400 piezas. “No puede rivalizar con las cinco o seis mejores obras de Lope, en cambio le supera en su nivel medio”[1]. Entre sus haberes, también hay que resaltar que fue el creador del prototipo de galán caballeresco, en el cual se inspiró Zorrilla en el siglo XIX para crear la figura de Don JuanTenorio.
Este monje mercedario calzado, en uno de sus numerosos viajes, fue testigo de excepción del apacible transcurrir del convento de Mercedarios Descalzos de la villa de El Viso. No parecen existir pruebas documentales de la época que demuestren la estancia de dicho personaje en nuestra localidad, aunque los testimonios de varios escritores actuales abogan que la misma se produjo. Como botón de muestra, podemos indicar que en el tomo II de la “Enciclopedia de Orientación. Andalucía, Ceuta y Melilla” se cita que uno de los personajes famosos que vinieron e pasaron algún tiempo en El Viso fue fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina). Más luz sobre el asunto nos la da Bernardo de Quirós[2] , quién afirma que “Fray Gabriel Téllez estuvo dos veces en Sevilla, en 1618 y en 1625. Desde la ciudad del Betis viajó a Fuentes, que estaba a once leguas de Sevilla, hacia Oriente. Era sede de los marqueses de Fuentes y de los Condes de Castilleja de Talara. El itinerario que siguió era Sevilla – Gandul – Mairena - El Viso – Carmona – Venta del Albar – Fuentes. Dividió el período a dos etapas, cuatro entre Sevilla y El Viso, pasando por Mairena, y las otras siete desde El Viso a Fuentes, pasando por Carmona. En El Viso probablemente se alojó en el convento que allí tenían los descalzos. Después de oír misa muy temprano, prosiguieron viaje, cubriendo las siete leguas restantes y llegando a Fuentes en las primeras horas de la tarde ”. Por tanto, es muy probable que Tirso de Molina tuviera una fugaz estancia en nuestra localidad y pasara alguna noche en el convento visueño. Es más, según Bernardo de Quirós, fueron dos las estancias de Tirso en nuestro pueblo, la primera en 1618 y la segunda en 1625. En la fecha más temprana llegó al Puerto de Sevilla procedente de Santo Domingo, donde había estado como misionero durante dos años. Precisamente, de su embarque hacia la isla caribeña en 1616 se conserva un documento hallado por Blanca de los Ríos en el que nos describe su aspecto físico: “Fray Gabriel Téllez, predicador y lector de edad de treinta y tres años, frente elevada, barbinegro”[3] . En consecuencia, la primera vez que estuvo en este rincón de Los Alcores contaba con treinta y cinco años de edad (había nacido en 1583). Más tarde, con cuarenta y dos, volvió de nuevo por tierras sevillanas, esta vez tras sufrir “condena a destierro de la Corte y a no escribir en el futuro, bajo pena de excomunión, comedias ni otros versos profanos”[4]. Sin embargo, a pesar de compartir algunas horas con los frailes del Convento del Corpus Christi de nuestra localidad, no pareció muy impresionado por la labor religiosa de los mismos, ya que cuando fue nombrado cronista general de la Orden Mercedaria (Calzada) en 1632 arremetió duramente contra la reforma descalza, tal como veremos a continuación. Fray Gabriel Téllez, en su Hª de la Orden Mercedaria[5] hace un repaso a la labor religiosa de cada uno de los Maestros Generales que tuvo la citada institución religiosa desde su fundación por San Pedro Nolasco en el siglo XIII. En varias páginas, hace referencia al gobierno del trigésimo quinto Maestro General, Fray Alonso Monroy, el cual autorizó la reforma de la Orden. Alaba el origen familiar de este personaje (“Debióle a ésta – a la naturaleza – la sangre ilustre y de las más nobles de España, porque en lo antiguo, hazañoso y respetable, la de Monroy, puesto que originada en Francia, a ninguna otra de la española cede”)[6], así como su labor como Maestro General (... Monroy en el apellido y en los hechos, patria suya Sevilla y uno de los prelados más útiles e insignes que nuestra religión ha obedecido)[7], sin embargo critica su Naturaleza apasionada y “un ánimo inclinado a empresas superiores”[8], ya que no estaba de acuerdo de que permitiera la creación de la rama de los mercedarios descalzos (“aprobación alegre del general maestro”)[9].
Monroy aceptó la Reforma de su Orden y nombró a los primeros seis conventuales del Convento de Corpus Christi de Mercedarios Descalzos de la villa de El Viso, los cuales fueron el padre fray Luis de Jesús María (comendador), fray Francisco de la Madre de Dios (diácono), fray Juan de San José (vicario), el padre fray Andrés de la Concepción, fray Marcos del Espíritu Santo y fray Juan de San Francisco (religioso lego)[10]. “Los tres últimos salieron de Sevilla por mandato del General el viernes veintitres de Enero (de 1604) por la mañana” hacia El Viso[11]. El mismo Monroy también fue otro personaje ilustre que visitó nuestra localidad, tal como queda reflejado en los Anales de los Mercedarios Descalzos: “Sábado (24 de enero de 1604) a prima noche llegó el General, con sus compañeros, y otros muchos religiosos graves, y toda la música del convento de Sevilla, que entonces era de las mejores de España... Sólo el General, y sus compañeros se aposentaron en las casas del Conde, juntamente con los religiosos descalzos. Los restantes, que llegaban por todos a cincuenta, se repartieron por orden del Gobernador, en las casas del lugar, donde estuvieron muy bien acomodados, y se les proveyó muy suficientemente de todo lo necesario en ropa y comida por el corto tiempo que allí estuvieron”[12]. Al día siguiente (domingo 25 de enero) se realizó una misa en la Iglesia Mayor, en la que hubo cantos religiosos por parte de fray Luis de Jesús María, música y villancicos. Acto seguido, “acabada la Misa, se ordenó procesión por todo el lugar, con los religiosos, y los clérigos que había; y en ella llevamos al Santísimo Sacramento a nuestra Iglesia, que entonces era en las casas, y palacio del Conde (que fue donde estuvimos hasta edificar convento) (...). Allí gozaron los ojos de aquel buen Padre, y fundador nuestro (El Padre General digo) de ver la primera Comunidad de Descalzos; y dilató su corazón con ver dilatada el Señor su Familia, y sus siervos. Señaló oficiales de convento, y con toda brevedad se volvió, por no agravarnos con su gente”[13].
En otro orden de cosas, el genial dramaturgo también menciona a la mujer que impulsó la Reforma de la Orden, a quién dedica los siguientes alagos: la “...condesa de Castellar que, abrazada en el celo de Dios, total empleo de todos sus afectos, en la puntualidad del divino culto y en la imitación de los antiguos padres de la iglesia, se ofreció por fundadora de esta familia nueva, dándoles un cuarto en el palacio mismo que tiene en esta corte”[14]. Tirso de Molina, quién posiblemente conocía personalmente a doña Beatriz Ramírez de Mendoza (1556-1626) de sus estancias en Madrid, la llamó en su Crónica “Condesa santa”. Pero ¿cuáles fueron las motivaciones que guiaron a esta señora a impulsar la reforma de la Orden de la Merced y a crear una serie de conventos por la geografía peninsular?. Su principal motivación fue su profunda religiosidad, influida en el clima general de la Contrarreforma Católica. También pesó, sin duda, el ejemplo de su bisabuela Beatriz Galindo (1475-1534), “la Latina”, a la cual no llegó a conocer, pero que dejó una huella indeleble en su personalidad. Su antepasada fue camarista y profesora de latín de Isabel la Católica; además, fue famosa entre sus contemporáneos por su gran erudición. A esta profesora y humanista, viuda también desde fecha temprana, se le han atribuido unos comentarios a Aristóteles y algunos poemas latinos. La citada mujer fundó varios conventos en la villa de Madrid, tal como nos lo atestigua Alvárez y Baena: “El Monasterio de la Concepción de Nuestra Señora de Religiosas de la Orden de San Gerónimo lo fundó la insigne Matrona Doña Beatriz Galindo, Camarera mayor de la Reina Católica, llamada la Latina, en la plazuela de la Cebada, y en el año de 1504”[15]. También impulsó la creación del Convento de Religiosas de la Orden de la Concepción Franciscana en 1512, que fue el primero que labró para las religiosas Gerónimas[16]. Asimismo, muchos años antes fundó, junto a su esposo Francisco Ramírez, el Hospital de Nuestra Señora de la Concepción en 1499, “dotándole de todo lo necesario para la mejor asistencia de los pobres[17].
Fray Gabriel Téllez critica con dureza la reforma de la orden mercedaria, así como la construcción de los dos primeros edificios conventuales de los mercedarios descalzos. En este sentido afirma: ”Edifícoles con fervorosa prisa, después de esto, la Condesa dos monasterios en los mejores pueblos de su Estado, El Castellar y el Viso, desde donde se fueron dilatando, hasta llegar a las medras que hoy sabemos, con no pocas espirituales de los que tienen por vecinos”[18]. También ataca con sagaz ironía a los primeros frailes que tomaron los nuevos hábitos: ”Muchos religiosos nuestros de Castilla y no pocos andaluces se dedicaron y ofrecieron a esta nueva y espiritual milicia, unos porque anhelaban a la estrechez y perfección deseada, y otros que, llevados de la novedad, se prometían lo que después de los primeros ímpetus se haca tan dificultoso ...”[19]. Posteriormente, añade con respecto a estos frailes mercedarios: “Consiguieron de Paulo quinto lo que les negó Clemente octavo, por solicitud del padre maestro fray Hernando de Santiago (de tal procurador tan provechoso fruto). En efecto, nosotros les dimos leyes, doctrina y fundadores..., tan buenos acá que no se mejoraron divididos de este cuerpo”[20]. Finalmente, deja de referirse a este asunto, no obstante con anterioridad les envía los siguientes dardos envenenados: “ Ni pienso en este libro usurpar asuntos, que los pertenecen, escribiendo las vidas de sus padres. Remítome a su crónica, contento con que los más varones santos que han de autorizarla, heredaron de los nuestros las virtudes, perfecciones y excelencias con que los suyos se honran”[21].
Las críticas tan duras que realiza el famoso escritor como cronista de la Orden de la Merced a la rama de los descalzos puede explicar la omisión que se realiza en los Anales de estos últimos, escritos por fray Pedro de San Cecilio, acerca de la más que posible visita de Tirso de Molina a nuestra localidad y al convento de Corpus Christi.
Parece razonable pensar, por tanto, que el personaje en cuestión visitó El Viso durante el primer tercio del siglo XVII, pero ¿ cómo era esta villa alcoreña por tales fechas?.
Esta pequeña localidad era conocida generalmente en el Siglo de Oro con el nombre de El Viso, pero fray Pedro de San Cecilio aclara que “se llama por otro nombre Alcor, a diferencia de otros lugares del mismo nombre, le llaman el Viso de los Alcores”[22].
Nuestro pueblo, perteneciente desde el punto de vista administrativo al Reino de Sevilla, era una villa pequeña de pocas y polvorientas calles (torcidas y mal trazadas según la opinión de fray Pedro de San Cecilio) con aspecto humilde (sólo escasos edificios rompían la norma general).
El Viso durante el siglo XVII no fue ajeno al clima económico adverso por el que atravesaban las tierras castellanas, agotadas de “sostener” a un inmenso imperio durante más de una centuria. La población visueña debió estancarse durante el primer tercio de siglo, en sintonía con la sevillana.
El V Conde del Catellar, don Gaspar Juan Arias de Saavedra, aumentó sus propiedades territoriales en su pequeño señorío sevillano y acrecentó el poder sobre sus “vasallos”(controla de un modo más efectivo el cabildo municipal).
La paupérrima situación de la mayoría de la población visueña (agotada por multitud de impuestos eclesiásticos, estatales y municipales) se pone de manifiesto con el acuerdo del cabildo de pedir al conde (todavía menor de edad, por lo que en realidad tutelado por su madre) la reducción del tributo de dos gallinas y dos reales (4 de octubre de 1606). Esta petición fue denegada por las autoridades condales, pero al final se llegó a un acuerdo, saliendo ambas partes beneficiadas (el cabildo cedió una dehesa de propios a cambio de reducir el tributo a una gallina). Dicho acuerno fue ratificado, no sin pasar antes por v arias vicisitudes, en noviembre de 1627 por el monarca Felipe IV, el cual años después también tendría una fugaz estancia en nuestro singular pueblo. Los agujereados bolsillos de los visueños a pie se resienten más si cabe cuando tenían que mantener a algún destacamento de tropas, tal como ocurrió en 1612 (fecha de creación de los cursos de Artes y Teología en el Convento de Corpus Christi). Esta mala situación económica hizo que muchos visueños no tuvieran más remedio que emigrar hacia otros lugares.
En definitiva, la villa que divisaron los ojos de Tirso de Molina pasaba por una crisis económica y demográfica. Según las Actas Capitulares de 1644, la población de este rincón de los Alcores se reducía a 107 vecinos ( unos 428 habitantes si aplicamos el índice cuatro). Sus moradores, que vivían de la agricultura, ganadería y el pequeño comercio, tuvieron que acrecentar aún más su ingenio en tan pésimas condiciones económicas para alimentar a sus familias.
En conclusión, El Viso en el primer tercio del siglo XVII, y durante una buena parte del resto de la centuria, era una villa pequeña (su entramado “urbano” quedaba reducido a lo que actualmente denominamos casco histórico), pobre y poco poblada, pero que fue visitada por ilustres personajes.





BIBLIOGRAFÍA

- TÉLLEZ, FRAY GABRIEL (TIRSO DE MOLINA): “Historia General de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes”. Volumen II. (1568-1639).
- CAMPILLO DE LOS SANTOS, J.A :”El Viso del Alcor: su historia”. Excmo Ayuntamiento de El Viso del Alcor, 1995.
- BUESO RAMOS, J.P. Y BELLOSO GARRIDO, J.: ”Historia de El Viso del Alcor”, 1997.
- DE SAN CECILIO, fray Pedro: ” Anales de la Orden de los Descalzos de Nuestra Señora de la Merced”(Parte Primera y Segunda), 1669.
- ALBORG, Juan Luis: ”Historia de la Literatura española”. Tomo II. Ed. Gredos. Madrid, 1970.
- DE RIQUER, Martín Y VALVERDE, José María: ”Historia de lka Literatura Universal”. Volumen V. Ed. Planeta. Barcelona, 1999.
- TORROBA BERNARDO DE QUIRÓS, F: ”El Cid y don Quijote. La España de los caminos históricos y literarios”. Madrid, 1970.
- ÁLVAREZ Y BAENA, J.A: “Compendio histórico de las grandezas de la coronada villa de Madrid, corte de la Monarquía de España”. Madrid, 1786.





[1] RIQUER, M. Y VALVERDE, J.M., Pág. 222.
[2] TORROBA BERNARDO DE QUIRÓS, F., pág. 455.
[3] Cit. ALBORG, J. L., pág. 405.
[4] ALBORG, J.L., pág. 408.
[5] TIRSO DE MOLINA: Hª GENERAL DE LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES. VOLUMEN II (1568-1634). Madrid, 1974.
[6] Ibídem, pág. 263.
[7] Ibídem, pág. 263.
[8] Ibídem, pág. 263.
[9] Ibídem, pág. 277.
[10] Fray Pedro de San Cecilio: Anales, pág. 383.
[11] Ibidem, pág. 383.
[12] Ibidem, pág. 384.
[13] Op. Cit., pág. 384.
[14] Tirso de Molina: pág. 276.
[15] José Antonio Álvarez y Baena: “Compedio histórico de las grandezas de la coronada villa...”, pág. 106-107.
[16] Op. Cit., pág. 107.
[17] Op. Cit., pág. 214.
[18] Tirso de Molina: op. cit, pág. 277.
[19] Íbidem, pág. 276.
[20] Íbidem, pág. 278.
[21] Íbidem, pág. 278.
[22] Fray Pedro de San Cecilio: Anales, pág. 299 (nota al margen).

lunes, 7 de abril de 2008

LUCES Y SOMBRAS DEL ARQUEÓLOGO JORGE BONSOR

LUCES Y SOMBRAS DEL ARQUEÓLOGO JORGE BONSOR
Este artículo no pretende mostrar una biografía al uso del gran arqueólogo Jorge Bonsor, aunque sea imprescindible mostrar datos biográficos, sino ofrecer una reflexión sobre las posibles luces y sombras de este pionero de la arqueología contemporánea en España.
George Edward Bonsor y Saint Martín nació en la ciudad francesa de Lille, el 30 de marzo de 1855 y murió en la vecina localidad de Mairena del Alcor en agosto de 1930, a la edad de 75 años.
Su padre fue un ingeniero inglés que trabajó en las minas de cobre de Riotinto y que destacó por la instalación en Sevilla y Cádiz de la fábrica de gas para el alumbrado público. Su madre, en cambio, era francesa y murió a temprana edad.
El joven Bonsor viajó por Europa acompañando a su padre en su trabajo, loque facilitó que dominara varios idiomas. Además recibió una esmerada educación en diversos centros de Europa, estudiando Bellas Artes en Londres, Bruselas y en la Deutsche Shule de Moscú.
Influido por la imagen romántica que se tenía de España en la Europa decimonónica, llegó a nuestro país en 1879, con tan solo 24 años, con el propósito de buscar nuevos temas de inspiración para su pintura.Desde entonces, convirtió a España en su nueva patria, llegando a contraer matrimonio con dos españolas: primero con la carmonense Gracia Sánchez , en 1907, y en 1927, ya en la vejez, con la joven Dolores Simó. En sus viajes por la baja Andalucía llega a Carmona en la primavera de 1881, donde se establece hasta 1907, año en el que pasó a Mairena, permaneciendo en su rehabilitada residencia del Castillo de Luna hasta su muerte el 15 de agosto de 1930. Sin embargo, influido por la riqueza arqueológica de nuestra comarca, pronto deja a un lado los pinceles para centrarse en la arqueología, ocupación que llenaría el resto de su vida.
Durante más de cincuenta años realizará una incansable investigación arqueológica, centrándose fundamentalmente en la comarca comprendida entre los ríos Corbones y Guadaira, donde destacaron sus excavaciones en la necrópolis de Carmona, en los monumentos funerarios de Gandul, en la Cruz del Negro, Alcaude, Acebuchal, Alunada, Santa Lucía, entre otros, situando a Los Alcores en primera línea de la investigación arqueológica en España. Pero sus trabajos no solo se centraron en esta zona, pues abarcaron gran parte de Andalucía occidental (coto de Doñana, valle del Guadalquivir, Bolonia,...), incluso trabajó en el suroeste de Inglaterra.
Su labor arqueológica era metódica e infatigable. Solía trabajar instalando dos grandes tiendas de campaña a pie de la excavación: "Me despierto todos los días un poco antes de las cinco. A las cinco pongo a hervir el agua para hacer el café. A las cinco y media, el agua hierve; me levanto a las cinco cuarenta y cinco, y el café está ya listo. A las seis, los hombres concluyen de toma el café y se van a trabajar. Es entonces cuando escribo cartas, notas, etc.. A las siete me arreglo y arreglo la tienda. A las ocho, voy a ver los trabajos.." [1]
Pero, ¿cuál es la verdadera importancia de Jorge Bonsor en la historia de la arqueología española?
Jorge Bonsor Saint-Martin fue, sin duda, uno de los arqueólogos más destacados de
nuestra Historia de la Arqueología en un período fundamental de esta disciplina científica, esto es entre 1880 y 1930[2]
Bonsor perteneció a una serie de arqueólogos europeos que contribuyeron con su labor pionera a la consolidación de la Arqueología como una disciplina científica y, por tanto, al nacimiento de la Arqueología Contemporánea.
Jorge Bonsor mantuvo un estrecho contacto con muchos de los arqueólogos más
destacados de su tiempo, tanto nacionales como extranjeros[3], lo que corrabora la talla alcanzada por el arqueólogo anglofrancés en la élite arqueológica europea de fines del siglo XIX y primer tercio del XX.
Aunque sus primeras actividades arqueológicas tuvieron como marco el mundo hispanorromano con la excavación sistemática de la necrópolis romana de Carmona, sus temas más frecuentes son el colonialismo fenicio y en general la arqueología protohistórica del Bajo Guadalquivir. Otra de las grandes inquietudes arqueológicas de Bonsor a lo largo de toda su vida profesional fue la presencia de los celtas en Andalucía, un tema aún hoy de gran actualidad y ni mucho menos esclarecido. Las propias palabras de Bonsor en 1924 describen perfectamente el escaso conocimiento que se tenía de las culturas prerromanas:
“No hace aún medio siglo que los conocimientos sobre el origen de los pueblos, anteriores a la dominación romana, eran tan escasos que para escribir la historia de una población de reconocida antigüedad como Carmona, había que
contentarse con copiar siempre las mismas declaraciones...su principio se pierde en la noche de los tiempos...”[4]
Bonsor no centró sus esfuerzos en la excavación de yacimientos concretos y aislados, sino en explorar arqueológicamente un determinado espacio geográfico, los Alcores,
lo cual le permitió establecer secuencias cronológicas y de esta manera detectar y
excavar parcialmente yacimientos de muy distinta índole, por lo que sus contribuciones fueron muy importantes para la arqueología prehistórica, protohistórica, romana e incluso medieval de Andalucía Occidental.
Bonsor es “el primero que trata de definir arqueológicamente la cultura tartésica, precisando su cronología, definiendo su demilitación territorial y su cultura material, así como sus costumbres funerarias”[5]. Los materiales exhumados por Bonsor en los Alcores son de gran importancia, contribuyendo de manera significativa al conocimiento y definición de la cultura tartésica, incluso de manera más decisiva que el arqueólogo Shulten[6].
Bonsor empleaba un método plenamente científico. En este sentido cabe destacar el empleo de la representación gráfica, el uso de la cartografía, la utilización de fotografías, el análisis de la flora de los yacimientos,...Si todo ello es muestra de la modernidad con que Bonsor desarrolló sus trabajos arqueológicos no son menos significativos sus esfuerzos en la conservación de los objetos y yacimientos excavados. Jorge Bonsor fundó dos museos, el de la necrópolis de Carmona, que es el primer museo de este tipo que ha existido en España y el del Castillo de Mairena del Alcor, donde reunió,además sus colecciones arqueológicas, otras no menos significativas de pintura española, entre las que destaca la serie de los pasajes de la vida de Santa Clara de Asís de Valdés Leal, así como distintos objetos de artesanía popular, un tipo de coleccionismo, este último,muy poco cultivado en ese tiempo.
El arqueólogo anglo-francés acumuló una importante serie de honores y distinciones, entre las que destacamos las siguientes:
➢ Fue el fundador de la Sociedad Arqueológica de Carmona en 1885, junto a los hermanos Fernández López, el reverendo Sebastián Gómez y el comerciante Antonio Ariza.
➢ Miembro de las Academias de la Historia, de San Fernando y de la Hispanic Society of América.
➢ Fue nombrado Hijo Adptivo de Carmona en 1927.
➢ Director de la sección arqueológica de la Exposición Iberoamericana de Sevilla.
➢ Recibió la Gran Cruz de Alfonso XII en 1930 al donar al Estado la Necrópolis de Carmona y su Museo.
➢ Póstumamente, la avenida que conduce a la Necrópolis de Carmona fue rotulada con su nombre, del mismo modo que una de las calles que lleva al castillo de Mairena del Alcor.
➢ Cuatro años después de su muerte, en 1934, el ayuntamiento republicano de Mairena del Alcor le agradece su labor: "rindiéndole a la vez un homenaje al gran artista que consiguió hacer de un castillo en ruinas un verdadero museo de arte antiguo Don Jorge Bonsor Saint Martín, (y) que se rotule con su nombre una de las calles que conducen al citado castillo, que pudiera ser la de Giordano Bruno y el Ayuntamiento lo acuerda así"[7]. Sin lugar a dudas, este homenaje estaba bien merecido, ya que Bonsor compró el Castillo de Mairena a la Junta de Acreedores del último Señor de Osuna en un estado totalmente ruinoso, y lo convierte en su residencia habitual tras una amplia reconstrucción y en un museo donde sitúa su rica y variada colección arqueológica. Por tanto, la supervivencia del castillo de Luna se debió a Bonsor, aunque más discutibles serían los criterios histórico-artísticos que empleó para su reconstrucción.

Muchos son, por tanto, los méritos de Bonsor, pero quizás el más importante fue convertir a los Alcores en una zona arqueológica de primer orden en el contexto europeo y ser todavía en la actualidad un referente indispensable para cualquier estudio de la Prehistoria e Historia Antigua de esta comarca, incluso de todo el valle del Guadalquivir.

La valía científica de Bonsor espero que haya quedado suficientemente probada en las líneas anteriores, del mismo modo que su puesto de privilegio en la Historia de la Arqueología española, sin embargo, su figura también es criticada por algunos especialistas. “Muchos autores se quejan de su confusión, ambigüedad, falta de rigor o parcialidad, aparte de sus ventas de materiales a la Hispanic Sociey of América”[8].De todas estas críticas la más repetida es la última. ¿Pero de qué institución extranjera estamos hablando?
La Hispanic Sociey of América fue fundada por Archer Milton Huntington el 18 de mayo de 1904 en la ciudad de Nueva York con el fin de establecer una biblioteca y un museo para difundir la cultura española gratuitamente. Actualmente, es el mayor y más importante museo de arte español fuera de España, con valiosas pinturas de artistas tan consagrados como El Greco, Zurbarán, Ribera, Alonso Cano, Velázquez, Goya o Joaquín Sorolla, entre otros. Pero además la Hispanic Society of América con una de las mejores colecciones de cerámica hispanomusulamana y con valiosas muestras de joyería, orfebrería, arqueología, tejidos, grabados y fotografías, así como con una biblioteca con más de 15000 libros, del que destaca una primera edición del Quijote.
Jorge Bonsor se convirtió en uno de los principales proevedores de antigüedades y piezas arqueológicas a esta institución fundada por su amigo y mecenas Huntington.”Las ventas se produjeron en cinco lotes, en 1905, 1906, , 1908, 1909 y 1910. Muchas de ellas fueron efectuadas en París, centro de las operaciones de Huntington en Europa, o bien en envíos directos en vapor desde Sevilla a Nueva York, convenientemente embaladas en cajas”[9] Las principales ventas que efectuó Bonsor fueron las siguientes[10]:
● 1905:Vendió varios vasos de cerámica campaniforme de El Acebuchal y materiales de la Cruz del Negro, azulejos hispano-moriscos, dos ejecutorías de linajes de dos personajes de El Viso del Alcor, ... Regala varias piezas de la Necrópolis romana de Carmona, así como un traje de seda del siglo XVIII para la señora Huntington.
● 1906: Cerámica campaniforme de EL Acebuchal, marfiles grabados fenicios y otros objetos de la Cruz del Negro, Bencarrón, Santa Lucía, Alcantarilla, Cañada de las Cabras y Huerta Nueva.Una serie de figuras de tamaño natural de un belén del siglo XVII, dos columnas salomónicas, un Ecce Homo del “divino” Morales (pintor español del siglo XVI), una colección de azulejos y una ejecutoría del siglo XVII.
● 1908: Cerámica campaniforme de El Acebuchal, objetos de marfil de Cruz del Negro y El Acebuchal, brazaletes y broches del cinturón de la Cruz del Negro, cuchillos, armas de bronce e hierro de la Cruz del Negro, el carro votivo de Bencarrón y otros objetos romanos que entraga personalmente a Huntington en París. Por otra parte, envía en cajas un ánfora romana, una pequeña pieza de cerámica rojiza con decoración floral de El Viso del Alcor, cuatro proyectiles de piedra del Castillo de Mairena del siglo XIV, una urna de la Cruz del negro decorada con círculos concéntricos, una urna romana,...
● 1909: Un lote de 50 piezas de cerámica popular española de diversos puntos de Andalucía, concretamente de Almería, Andújar, Granada y Triana.
● 1910: Gran parte de los ajuares de la necrópolis romana de Cañada Honda.

Bonsor envió además dibujos y notas descriptivas sobre todos estos materiales, especialmente los arqueológicos. Huntington se convirtió también en el editor de las principales obras de Bonsor.

La opinión de Amores Carredano con respecto a las citadas ventas es clara: “Yo pienso personalmente que quizás haya que agradecerle a G. Bonsor que vendiera aquéllos materiales dado el medio de incomprensión general, con que se hubiera acogido su labor en muchos círculos institucionales y quizás, gracias a sus ventas, hayan llegado hasta nosotros bien conservados”[11].Del mismo modo, Jorge Maier tampoco considera a Bonsor un expoliador de nuestro patrimonio arqueológico por vender los objetos fruto de sus excavaciones a la Hispanic Society. Considera tal acusación una leyenda negra que conviene contemplar en sus justos términos, por lo cita varios argumentos para rebatirla[12]:
n Estas ventas estaban permitidas por la legislación que existía en españa sobre la exportación de antigüedades. Las ventas fueron interrumpidas definitivamente en 1911 cundo la legislación cambió y ponía más trabas a dichas exportaciones.
n Bonsor nunca vendió ninguna pieza que no fuera destinada al Museo de la Hispanic Society, con lo que toda su colección se encuentra reunida en un mismo Museo, que por otra parte garantizaba su conservación y evitaba su dispersión.
n La finalidad de estas ventas era compensar los enormes gastos que le ocasionaban a Bonsor el acondicionamiento del Castillo de Mairena del Alcor y su mantenimiento, además del de la Necrópolis de Carmona, más si cabe teniendo en cuenta el carácter privado de su actuación.
n Las ventas de Bonsor contribuyeron considerablemente a la formación de una de las colecciones más importantes sobre la cultura española en Estados Unidos, a la vez que contribuía a la difusión de nuestra cultura en ese país, y de esta manera lograr también la formación y m,antenimiento de sus propias colecciones en España.
n Este tipo de actuaciones no fueron sancionadas en la époco, todo lo contrario, tal como lo demuestra que tanto a Hunginton como a Bonsor les fue concedida la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII, en 1929 y 1930, respectivamente.

El mayor momento de reconocimiento de Bonsor fue el mismo año de su muerte, en 1930, cuando cede al Estado español la Necrópolis de Carmona y su Museo, cuyos terrenos había comprado junto al farmacéutico carmonense, Juan Fernández López, en 1881. Dicha acción fue magníficamente acogida por autoridades, investigadores y amigos, que agradecieron y reconocieron su contribución al enriquecimiento del Patromino histórico-artístico español, con la cesión de tal significado monumento.Dicho agradecimiento se plasmó materialmente en la concesión, ya referida, de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII, máximo honor que daban entonces las autoridades de este país, el 14 de agosto, cuando Bonsor estaba en su lecho de muerte, pero totalmente lúcido. Jorge Bonsor Saint Matin falleció al día siguiente, el 15 de agosto de 1930, a las cinco de la tarde, de una enfermedad que fue diagnosticada como ciática, en el Castillo de Mairena del Alcor. Fue enterrado el día 16 en una sencilla tumba del cementerio de Mairena.”Concluyó así la vida de un pionero indiscutible de la arqueología española, además de hispanista y apasionado amante de nuestra cultura, de sus gentes y de su geografía”[13]

BIBLIOGRAFÍA
● AMORES CARREDANO, Fernando: Carta Arqueológica de los Alcores. Sevilla, Diputación Provincial, 1982.
● AMORES CARREDANO, Fernando:La Carta Arqueológica de Los Alcores: de la investigación a la protección; de la protección a la socialización. Ponencia realizada el 4 de octubre de 2006 en las II Jornadas de Historia de El Viso del Alcor.
● BENDALA GALÁN, Manuel: La Necrópolis romana de Carmona. Sevilla, Diputación Provincial, 1976.
● MAIER ALLENDE, Jorge: Jorge Bonsor (1855-1930). Un académico corresponsiente de la Real Academia de la Historia y la Arquología Española. Madrid, Real Academia de la Historia, 1999.
● MAIER ALLENDE, Jorge: Epistolario de Jorge Bonsor (1886-1930). Madrid, Real Academia de la Historia, 1999.
● MAIER ALLENDE, Jorge: Las investigaciones arqueológicas de Jorge Bonsor en El Viso del Alcor. Ponencia realizada el 5 de octubre de 2006 en las II Jornadas de Historia de El Viso del Alcor.
● GAVIRA MATEOS, Manuel: Jorge Bonsor, artículo en la Serie de personajes maireneros, en la web Mayrena.com
● CONLIN HAYES, Elisabet: Los inicios del III milenio a.C en Carmona: las evidenias arqueológicas. Revista Carel. Carmona, 2003.
● VV.AA: Página web de Carmona, La estrella de Vandalia (artículo sobre Bonsor).
● VV.AA: La Hispanic Society of America. Artículo en la Guía de Nueva York.com

MARCO ANTONIO CAMPILLO DE LOS SANTOS
PROFESOR DE GEOGRAFÍA E HISTORIA
EN EL IES BLAS INFANTE DE EL VISO DEL ALCOR





























[1]Diario de Bonsor. Citado por Gavira Mateos en la “Serie sobre personajes maireneros” (Mairena.com)
[2]Maier Allende, J: Epistolario de Jorge Bonsor, página 11.
[3]Vid Maier Allende, J: Epistolario de Jorge Bonsor (1886-1930)
[4]Cit por Conlin Hayes, Elisabeth: Los inicios del III Milenio a.C en Carmona...
[5]Maier Allende, J: Jorge Bonsor (1855-1930) ..., pág. 271.
[6]Íbidem, pág. 271.
[7]Citado por Gavira Mateos en la “Serie sobre personajes maireneros” (Mairena.com)
[8]Amores Carredano, F: Carta Arqueológica de los Alcores, pág. 15.
[9]Maier Allende, J: Jorge Bonsor..., pág. 205.
[10]Íbidem, pss 205-206.
[11]Amores Carredano, F: Carta Arqueológica de Los Alcores, pág. 16.
[12]Maier Allende, J: Jorge Bonsor ..., pss 204-205.
[13]Maier Allende, J: Jorge Bonsor..., pág. 283.